Solemnidad: Todos los Santos
San Juan 14,1-6:
“En la casa de mi Padre hay muchas moradas”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

El día de los Difuntos está impregnado de sentimientos, afecto y recuerdos hacia los seres queridos que nos dejaron destacando el hecho de la muerte que tarde o temprano será realidad en nosotros.

La muerte es un hecho de experiencia que tenemos siempre ante los ojos. La muerte biológica anunciada por la enfermedad o la vejez; la brutal por catástrofes y accidentes; la debida a la violación de la dignidad y los derechos de la persona, es una cuestión punzante, enigma máximo de la vida humana.

Contrasta con esta realidad sangrante la profunda aspiración a vivir que llevamos dentro. Desde siempre la filosofía, las ciencias humanas, las religiones han dado respuesta más o menos convincentes al interrogante de la muerte.

Cuando, desde nuestra fe cristiana, conmemoramos a los difuntos, la Iglesia, Madre y Maestra, no se limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte, ni tan sólo a consolar a los que lloran. Rodea con veneración al que muere, pide por él, le acompaña con amor y su plegaria en ese momento misterioso de encuentro con Dios. Nada de desolación, ni rebeldía. Sí una oración llena de paz y de esperanza: “En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano”. Oración cargada de un cariño entrañable. Dios te quiere, a El te confiamos.

Todo esto puede sonar a palabras bonitas y vacías de contenido. Hay cosas que sólo podemos vivir desde un corazón limpio y sencillo viéndolo desde la luz de la fe y la esperanza.

Los que seguimos caminando sentimos que desde el fondo de la vida nace una protesta que se convierte en anhelo de vida como el deseo más profundo de nuestra existencia. Por eso el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte, porque sabe que ese anhelo de vida ha sido escuchado por Dios. Cristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios es la garantía de que Dios ha recogido nuestro anhelo de vida encaminándolo hacia una plenitud en El. Dios ha dicho no a la muerte: “No hay Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22,32).

Hoy proclamamos, desde nuestra fe cristiana, la vida sabiendo que la actitud cristiana de defensa de la vida en todos sus frentes (aborto, eutanasia, muertes violentas, opresión destructora…) nace de esa fe en un Dios “amigo de la vida” que en Cristo resucitado nos muestra su voluntad liberadora de la muerte.

Día de los Difuntos. No debe ser día de muerte, sino de vida. El recuerdo entrañable y la oración fervorosa hacen que el ser querido siga viviendo dentro de nosotros. La esperanza cristiana, fundamentada en la resurrección de Cristo, nos orienta hacia la Vida en plenitud, hacia la que caminamos, ya que desde que nacemos estamos muriendo. La muerte no es algo que llega desde fuera, al final de la vida. La muerte comienza cuando nacemos, porque constantemente nuestra vida se va vaciando, desgastando y va muriendo.

Bendecimos a Dios porque en Cristo resucitado, al que nos incorporamos por el Bautismo, no somos seres para la muerte, sino para la Vida. Avivamos nuestra esperanza cristiana proclamando con el Credo: “Espero en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro”.