Solemnidad: Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo B
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 18,33b-37:
“Yo para esto he nacido, para esto he venido al mundo

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

La realeza de Cristo está claramente atestiguada en los evangelios. En la anunciación, el ángel afirma: “El Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará para siempre… y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32 - 33). Los magos de Oriente llegan a Jerusalén preguntando: “¿Dónde está ese rey de los judíos que ha nacido?” (Mt 2,2). Durante su ministerio público Jesús no cede nunca al entusiasmo de las multitudes que lo quieren hacer rey (cfr. Jn 6, 15). En su entrada triunfal en Jerusalén, mostrándose sencillo y humilde conforme a la profecía de Zacarías, se deja aclamar como rey (cfr. Mt 21, 5; Zac 9,9).

La pasión es la revelación paradójica de la realeza de Cristo: “¿Tú eres el rey de los judíos?” (Jn 18, 33), le pregunta Pilatos. Jesús no niega ese título, pero precisa que “su reino no es de este mundo”. Los soldados le coronan de espinas y se burla de él saludándole con el título de rey de los judíos. El letrero puesto en la cruz reza: “Jesús Nazareno, el rey de los judíos” (Jn 19,19). El crucificado a la derecha ruega a Jesús: “Acuérdate de mi cuando llegues a tu reino” (Lc 23, 42).

Ciertamente en la cruz resplandece con una luz inconfundible la realeza de Cristo. Su afirmación “mi reino no es de este mundo” está diciendo que su realeza tiene otro origen y fundamento completamente distintos a los reinos de este mundo. Decir que no es de este mundo no implica desentenderse del mundo, puesto que la salvación que trae Jesús no es algo que sólo sucede en el más allá, ni ser cristiano es sólo buscar para si mismo y para los demás una felicidad después de la muerte. Su reinado es para este mundo, pero no se impone por el poder, los privilegios, el dinero o las armas, sino desde el amor, la justicia, la solidaridad, el servicio y el reconocimiento de la persona. Amor y justicia que han de crecer en medio de los hombres, sus instituciones, sus luchas y sus problemas. Tiene que ser como la levadura que hace fermentar la masa (Mt 13, 33) transformándola y haciéndola apetecible a los humanos.

Jesús se toma muy en serio la realidad de este mundo. No es de este mundo, pero ni huye del mundo ni invita a nadie a huir de él. Cuando pedimos en el Padrenuestro. “Venga a nosotros tu Reino”, no sólo pedimos que el amor, la justicia, la verdad, la vida y la paz sean una clara realidad en medio de nosotros, sino que, como cristianos, hemos de ser, con toda responsabilidad, agentes de ese mundo de amor y fraternidad porque donde esté el hombre padeciendo dolor, injusticia, pobreza o violencia, allí debe estar la voz de la Iglesia con su vigilante caridad y con la acción comprometida de los cristianos.

Jesús subraya un matiz esencial de su realeza: “he venido al mundo para ser testigo de la verdad”. No es frecuente escuchar a alguien defender el derecho a la verdad. La mentira es hoy uno de los presupuestos más firmes en nuestra convivencia social. El mentir es aceptado en el complejo mundo del quehacer político, en la economía, en la información social y en las relaciones personales cotidianas. Da la sensación de que la mentira es necesaria para actuar con eficacia en la construcción de una sociedad más libre y justa.

No es así, porque en el fondo de todo hombre hay una búsqueda de la verdad y difícilmente se construirá nada verdaderamente humano sobre la mentira y la falsedad. Jesús nos invita a vivir en la verdad ante Dios, ante uno mismo y ante los demás si deseamos sinceramente una sociedad más humana, porque como dijo Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32).