II Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3, 1-6: “Todos verán la salvación de Dios”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
La aparición y predicación del Bautista san Lucas la sitúa
cronológicamente de manera bien datada. Las intervenciones de Dios se dan en un
momento determinado, porque son un don para el hombre que vive en un tiempo y
lugar concretos. Siempre son del momento presente.
El Adviento que hemos comenzado no es una repetición cíclica de lo de siempre.
Es el Adviento “nuevo” de hoy, del momento en que vivimos y transcurre nuestra
existencia, ya que en Dios “vivimos, nos movemos y existimos” (Act 17,28).
Hoy tiene, pues, vigencia y actualidad “la voz que grita en el desierto”,
llamada clara y apremiante a la conversión, indispensable para “preparar el
camino al Señor”. Conversión actualizada y vivida con ilusión y responsabilidad.
Giro en redondo para reorientar la vida en una dirección radicalmente nueva
hacia el bien, la honradez, la responsabilidad, la solidaridad que es vivir en
nuestro mundo en crisis teniendo a Dios y a los demás en un primer plano.
Reconocerse ante Dios y los demás llenos de limitaciones y pecadores es
condición previa para el cambio que necesitamos. La autosuficiencia, el creernos
seguros en razón de nuestros sentimientos religiosos, cumplimiento de ritos y
normas, buenas obras de caridad, nos pueden llevar a creernos seguros y no
necesitados de conversión.
Si la fe y la conversión no pasan a influenciar nuestra conducta en casa, en el
trabajo, en las relaciones interpersonales, y no modifican nuestra actitud ante
las riquezas, el éxito, el sufrimiento, ante el que vemos desorientado en la
vida, y las responsabilidades como creyentes y ciudadanos, no daremos los frutos
de conversión.
La conversión es asignatura de todos los días porque necesitamos abrir en cada
momento el camino al Señor y al prójimo en nuestra vida. Ahora, en este tiempo
de Adviento, es necesaria la conversión para preparar en cristiano la Navidad,
sin dejarnos engañar con la alegría superficial del consumismo.
La conversión requiere un camino, unas pautas. Si es volver a Dios, hemos de
potenciar la atención interior. Quien no busca a Dios en su interior
difícilmente lo encontrará fuera. Tener un corazón sincero. Lo que más acerca a
Dios y a los demás es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos,
reconociendo sinceramente los fallos y errores propios. Actitud confiada. El
temor cierra el camino hacia Dios, y la sospecha levanta muros que nos separan
de los demás. Dios es solo amor y el otro es tan humano como uno mismo.
La conversión es aventura muy personal y cada uno ha de hacer su propio
recorrido, desde la realidad que vive, con ilusión y esperanza; con paciencia y
confianza; con comprensión ante los tropiezos y baches, porque siempre es buen
momento para reemprender el camino. Cada uno sabe que senderos tiene que
arreglar, que valles elevar, que monte o colina allanar, que torcido enderezar y
que escabroso igualar para ver la salvación de Dios.
Nunca esteremos suficientemente convertidos porque el amor cristiano y las
relaciones humanas no tienen fin de etapa. Esta sería una buena oración para
llevar a cabo la conversión: Padre de bondad, ten compasión de mí, que soy
pecador. Este es el mejor camino para recuperar la paz y la alegría interior.