IV Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 1,39-45:
“María se puso en camino y fue aprisa a la montaña… a casa de Isabel”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

Se acerca la Navidad. Contemplada de manera sencilla es el acontecimiento de que Dios acude a estar cerca del necesitado.

Siempre Dios ha estado y está cerca del hombre, “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24). Amor manifestado en esa cercanía haciéndose uno de nosotros: “Cuando se cumplió el plazo envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4, 4).

El primer gesto de María, después de acoger, con admiración y sencillez, ser madre del Salvador, fue ponerse en camino y marchar aprisa a quien necesita su cercanía. Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber acudir junto a quien necesita nuestra presencia y ayuda. Quien cree en la encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida, estar cerca de nuestra indigencia, está llamado a vivir de otra manera.

Celebrar la Navidad es entrar en el dinamismo de Dios “que se hace carne y acampa entre nosotros” (Jn 1, 14), para recuperar y vivir, en nuestros días, esta manera de amar que consiste en acompañar a vivir a quien se encuentra hundido en la soledad, atrapado por la enfermedad, marginado por la droga y el alcohol sin alegría y sin esperanza, denigrado por la explotación y la violencia.

No se trata de hacer cosas grandes. Sencillamente ofrecer nuestra comprensión, compañía y cariño, tener paciencia con el anciano que busca ser escuchado, alegrar el rostro del niño marcado por el abandono y la desgracia, estar cerca del joven desorientado en la vida. Amar de esta manera es tomar parte en las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano. Es un amor salvador, pues libera de la soledad e introduce una esperanza y alegría nueva en quien sufre pero se siente acompañado en su situación triste y deshumanizante.

María se pone en camino y acude a casa de Isabel porque ha acogido en verdad a Dios en su vida: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mi lo que has dicho” (Lc 1, 38). La necesidad del hermano puede ser una llamada apremiante a nuestra solidaridad. Sólo acudiremos aprisa si nos impulsa la experiencia personal de sentirnos amados por Dios: “Si Dios nos ha amado tanto, es deber nuestro amarnos unos a los otros” (1 Jn 4,11), haciéndolo con alegría, entusiasmo y siendo constante en la ayuda.

Hoy son muchos voluntarios que están muy cerca de quienes se sienten solos, explotados y deprimidos. Son muchas las organizaciones humanitarias y de caridad que tratan de paliar estas situaciones tan trágicas que azotan a una gran parte de la humanidad. No basta solamente esta acción tan encomiable. Hay que trabajar para que la sociedad cambie a una situación más justa y humana. La Navidad es el anuncio de esta gran noticia: ningún ser humano está solo, a todos nos acompaña Dios y quiere que todos acompañemos al que lo necesita. Acoger esta gran noticia, y comprometerse a vivirla cada día, es vivir y celebrar de verdad la Navidad. ¡¡Feliz Navidad!!