Solemnidad: Santa María, Madre de Dios (1 de enero)
San Lucas 2, 16-21:
“Encontraron a María y a José, al Niño acostado en el pesebre”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

Todavía estamos en Navidad, celebrando que Dios se ha acercado a nosotros, se ha hecho uno de nosotros en “el Niño acostado en el pesebre”.Así hemos sido bendecidos por Dios en plenitud. Bendición que al comienzo de un nuevo año nos llega con las palabras de la primera lectura: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Num. 6, 24-26).

Cuando comenzamos un nuevo año nos deseamos todo lo mejor. Cada año que se nos ofrece de vida es un tiempo abierto a nuevas posibilidades, se nos invita a vivir de manera nueva, de manera renovada.

En este día primero de año, octava de la Navidad y solemnidad de santa María, Madre de dios, se celebra en toda la Iglesia universal la Jornada Mundial de oración por la Paz, mientras la humanidad sigue envuelta en tantas guerras y conflictos. La oración de súplica no es para informar a Dios de la falta de paz que hay entre nosotros. Dios lo sabe y no necesita enterarse de esta ausencia de paz en tantos rincones del mundo. Somos nosotros los que tenemos que caer en la cuenta de verdad, y cambiar radicalmente para que esa paz sea pronto una gozosa realidad.

Si la oración no es un mero cumplimiento rutinario, sino un encuentro sincero con Dios, fortalece nuestra voluntad, estimula nuestra debilidad y robustece nuestro ánimo para buscar la paz y trabajar por ella con tesón. Pedir la paz es acogerla en el corazón arraigándose en nuestro interior haciéndonos capaces de perdón y reconciliación, más sensibles frente a la injusticia, abusos y mentiras, más libres frente a cualquier manipulación y explotación.

Trabajar por la paz no se hace de cualquier manera porque se pueden crear nuevas maneras de violencia y conflictividad. Hay que tener un corazón limpio y sensible a los demás, de lo contrario el egoísmo, el odio, la condena, la intolerancia, el dogmatismo crearán situaciones que destrozan la paz y la convivencia entre los hombres.

Al comenzar el año se nos pide confiar en Dios, creer en la fuerza de su amor, sintiéndonos llamados a llenar nuestro corazón de amor, no de violencia; de ternura, no de agresividad; de diálogo, no de cerrazón; de solidaridad no de individualismo. Así contribuiremos a que el nuevo año sea próspero y feliz colaborando en la tarea apasionante de crear paz en nuestro entorno.

La figura entrañable de María hoy la tenemos presente en su maternidad divina. Misterio insondable, pero realidad salvadora. A Ella nos podemos dirigir, al comienzo del nuevo año, con la plegaria tan conocida y tantas veces rezada: “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”. Fijándonos en su mirada maternal descubramos el secreto de la paz y felicidad que nos deseamos y tanto necesitamos, que no es otro que tener un corazón limpio y bueno porque, como Ella, “conservamos todas estas cosas, meditándolas en el corazón”. ¡¡Feliz Año 2010!!