III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 1-1-4; 4, 14-21:
“Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

Jesús quiso hacer una especie de declaración programática de lo que iba a ser su misión al participar un sábado en la celebración en la sinagoga de Nazaret, su pueblo. Tocó, aquel sábado, leer un pasaje del profeta Isaías: “El Espíritu de Dios está sobre mí, porque Él me ha ungido”. Lo que dice el profeta, Jesús se lo apropia a sí mismo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

El profeta habla de una Buena Noticia para los pobres, de libertad para los cautivos, de devolver la vista a los ciegos y de anunciar un año de gracia del Señor. En estas breves pinceladas encierra Jesús el programa de su misión: estar cercano al que sufre y se siente explotado, ser luz de la verdad para los desorientados, y proclamar el amor misericordioso de Dios para todos. La misión de Jesús no se centra, por tanto, en ilustrarnos sobre Dios para movernos a ser hombres de Dios. Esto es una verdad a media. Jesús aparece como el “hombre del Reino de Dios”, Reino que anuncia y comienza a realizar: “Jesús se fue a Galilea a pregonar de parte de Dios la buena noticia. Decía: se ha cumplido el plazo, el Reinado de Dios está cerca” (Mc 1, 14-15). Pablo VI, en la Evangelii Nuntiandi, habla de Reinado de Dios como de “un mundo nuevo, un nuevo estado de cosas, una nueva manera de ser, de vivir juntos” (n. 23).

La misión de Jesús no es una misión exclusivamente religiosa, de orden sobrenatural, ajena a los problemas de los hombres. Son las situaciones difíciles y angustiosas de los hombres lo que, desde la unción del Espíritu, le mueven a actuar, porque Dios quiere el bien para todos sus hijos. La primera mirada de Jesús no se dirige al pecado de las personas, sino al sufrimiento que arruina sus vidas, y es lo primero que toca su corazón: “Me da lástima de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer” (Mt 15, 32). Jesús se siente ungido por el Espíritu de un Dios que se preocupa de los que sufren. Son sus hijos los que lo pasan mal. Ese Espíritu le empuja a entregar su vida a liberar, a aliviar, sanar y perdonar.

La Iglesia, continuadora de la misión de Jesús, es enviada a llevar la Buena Noticia a los que sufren y liberar a los oprimidos. Su acción evangelizadora debe buscar la salvación integral del hombre, que abarca a las personas concretas, los pueblos, las estructuras y las instituciones creadas por el hombre y para el hombre.

Acción que hemos de realizar de manera concreta los que formamos la Iglesia. Así cada vez que un cristiano trabaja para que los hombres conozcan la verdad del Evangelio, y sepan que son hijos de Dios y hermanos de los otros, se “está cumpliendo esta Escritura”. Cuando se esfuerza por conseguir la remisión de los cautivos, por intentar un orden social más justo en el que el hombre sea hombre y no una cosa, persona y no un objeto, se “está cumpliendo esta Escritura”. Cada vez que intente que los hombres vean por encima de la miopía del dinero, del poder, de la comodidad, del orgullo y del placer, se “está cumpliendo esta Escritura”.

Programa ambicioso del que queda todavía mucho por cumplir. Ciertamente millones de hombres y mujeres de todos los tiempos se han esforzado, a lo largo de la historia, por realizarlo, y son también un número muy considerable los que intentan e intentarán cumplirlo hoy. A cada uno de los seguidores de Jesús nos atañe una inexcusable responsabilidad en el hecho de que pueda o no cumplirse “esta Escritura”.

La fuerza del Espíritu que impulsó a Jesús, y que recibimos en el Bautismo, es quien nos empuja y sostiene en esta misión, que nos toca secundar con ilusión y generosidad a cada uno de nosotros.