IV Domingo de Pascua, Ciclo C.
San Juan 10, 27-30:
“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Que estamos en crisis se repite, una y otra vez, por todos los medios de comunicación. Crisis no solamente de valores, y socio-económica, sino también la Iglesia pasa por unos momentos difíciles. Descristianización, descenso de vocaciones, son síntomas de esa crisis, a lo que se une las denuncias de casos, sucedidos hace años, de abusos de menores por parte de personas consagradas. Noticias bien divulgadas y orquestadas de manera partidista por los medios de comunicación.

Tristemente hay que admitir esos hechos deplorables que piden una severa condenación, al mismo tiempo que una sincera y profunda renovación en la vida de la Iglesia.

Siendo todo esto una angustiosa realidad, hay que afirmar con gozo y esperanza que Dios no está en crisis. La Pascua que vivimos lo garantiza. Las palabras de Jesús son claras: “Yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Y estas otras: “Tendréis apreturas, pero, ánimo, que yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). En el evangelio de este Domingo Jesús nos dice: “Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre”, habla de sus ovejas, de nosotros, de la Iglesia.

Que nosotros estemos en crisis y que la Iglesia esté pasando por momentos difíciles, no significa que Dios esté también en crisis, que el Señor Resucitado no está en medio de su Iglesia, y presente en el mundo. Esta presencia se hace expresiva en la imagen del pastor, que Jesús la utiliza para hacernos comprender que, rotas las limitaciones espacio-temporales por la resurrección, está presente y actuante en todo tiempo y lugar. Jesús no es un Mesías jubilado, meramente honorario. Es el Buen Pastor y nos dice con amor: “No temáis, pequeño rebaño” (Lc 13, 32), Yo estoy con vosotros. Habla de que conoce a sus ovejas, que entrega su vida por ellas, que le da la vida eterna, y que nadie las arrebata de su mano.

Heredero de la larga tradición bíblica, Jesús habla, con los rasgos del pastor, de que está siempre cerca de las ovejas, las conoce, las defiende, las lleva a buenos pastos, busca con interés y amor, a la extraviada, y va delante para guiarlas, dispuesto a dar su vida por el rebaño. Da a entender la realidad y el valor de su presencia cerca de su pueblo con quien convive, a quien conoce y a quien quiere servir.

Como respuesta a esta presencia salvadora, con palabras del salmo 99, hemos de reconocer con gozo y esperanza: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”, porque Dios nos hizo y somos suyos.

La relación existente entre Jesús y sus discípulos de todos los tiempos, ha de ser de intimidad. La fe lleva a una adhesión plena del hombre a Jesús. De tal modo que existe un mutuo conocimiento, un mutuo reconocerse en el amor, llegando a una comunión de vida: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”. Dos son las disposiciones fundamentales para recibir y acrecentar la vida que El ofrece: Conocimiento del Pastor y escuchar su voz. Seguir a Cristo es algo que nos dignifica, que nos introduce en la vida misma de Dios, y es también lo que nos une para formar un solo pueblo, lo que nos reconcilia a los unos con los otros para constituir por Jesús y en Jesús una comunidad de vida y salvación. Lo que nos garantiza una verdadera renovación.

Dios no está en crisis, la resurrección de Cristo lo avala. Tenemos la luz, la fuerza para superar esta crisis renovando con ilusión y esperanza nuestras vidas siguiendo, de verdad, al Buen Pastor y estrechando más los lazaos de amor e intimidad. Pedro superó la crisis de negar tres veces al Maestro porque se dejó amar, y supo responder a ese amor: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17).