Solemnidad de Corpus Christi, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

ü     Lecturas:

o       Éxodo 24, 3-8

o       Carta a los Hebreos 9, 11-15

o       Marcos 14, 12-16.22-26

 

ü    Hoy celebra la Iglesia la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, conocida por su nombre en latín “Corpus Christi”. Esta fiesta fue instituida por el Papa Urbano IV para recordar un hecho extraordinario acaecido en 1263, en Orvieto (Italia). Mientras celebraba la misa, un sacerdote dudó de la presencia real de Cristo en la eucaristía; mientras lo atormentaban las dudas, vio que salía sangre de la hostia consagrada, y el corporal quedó teñido con el color de la sangre. Esta pequeña pieza de tela se conserva en la catedral de Orvieto, la cual fue construida para venerar esta reliquia. Tal es la historia de la fiesta que nos congrega en este día.

 

ü     Se entiende, entonces, que la intención de la Iglesia al proponer esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo es reavivar la fe en la presencia sacramental de Jesús en la eucaristía. Él se ofrece como pan espiritual para que podamos asumir, con energía y entusiasmo, los desafíos que nos trae la vida.

 

ü    Vayamos, ahora, a la  última cena que celebra Jesús con sus discípulos, la cual tiene lugar durante la fiesta de la Pascua judía, que celebraba el paso  desde Egipto, tierra de esclavitud,  a la tierra prometida, tierra de libertad. Así, pues, la pascua judía constituye el contexto histórico y teológico de la institución de la eucaristía.

 

ü     En un gesto profético, Jesús anticipa lo que está a punto de suceder con su pasión y muerte, que ratificará para siempre el pacto de amor o alianza establecido entre Dios y la humanidad. Igualmente, la última cena es recapitulación o síntesis de la vida de Jesús, que fue un compartir  desde su nacimiento hasta el final; su existencia fue don y entrega  al Padre y a nosotros.

 

ü     Así, pues, la última cena es anticipación del sacrificio de la cruz y recapitulación de una vida de total donación.

 

ü    Las lecturas bíblicas que hemos escuchado dan particular importancia al tema de la sangre de la alianza; veamos qué dicen los textos:

o       Según el libro del Éxodo, Moisés ordenó sacrificar vacas y después “tomó la sangre y roció al pueblo diciendo: esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con ustedes”.

o       En la Carta a los Hebreos se afirma que Cristo ha venido como Sumo Sacerdote, el cual no empleó sangre de machos cabríos ni de becerros sino la suya, que  ofreció a Dios como sacrificio sin mancha para purificarnos.

o       El evangelio reproduce las palabras de Jesús, que los sacerdotes  repetimos en el momento de la consagración del vino: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.

 

ü     Para nosotros, mujeres y hombres  del siglo XXI, familiarizados con la tecnología digital, no es fácil comprender este lenguaje que habla de sangre; estos símbolos nos parecen muy extraños. En nuestra época, las alianzas, pactos o tratados se formalizan mediante la firma de documentos  delante de testigos y ante las cámaras de TV. En la tradición judía, la formalización de esta alianza o pacto entre Dios y el pueblo se hizo mediante el sacrificio de animales. Y cada año, durante la Pascua,  los judíos se sentaban a la mesa para comer un cordero en memoria de la liberación de la esclavitud de Egipto. Cristo, mediante su muerte en la cruz, nos libró del pecado y de la muerte, y nos ha convertido en hijos  y herederos del Padre. Cristo reemplazó la sangre de los animales sacrificados con la suya, él es el  cordero pascual por excelencia, y con su sangre confirma la alianza definitiva entre Dios y la humanidad.

 

ü     La sangre de Cristo es como una firma con tinta indeleble que garantiza que nada ni nadie podrá romper esta alianza nueva y definitiva; la sangre de Cristo avala la solidez de este pacto de amor.

 

ü     Esta fiesta del Cuerpo  y Sangre de Cristo es una magnífica oportunidad para revisar el  sentido que le damos a la misa dominical:

o       Para muchos católicos, la misa es una pesada obligación que lleva el desgaste de la rutina. Hagamos un alto en el camino para recuperar su sentido.

o       Cuando participamos en la misa, conmemoramos el sacrificio de la cruz, supremo gesto de amor de Cristo hacia nosotros. Agradezcamos esta generosidad que no dudó en sacrificar la propia vida para que nosotros la tuviéramos en abundancia.

o       Cuando participamos en la misa, somos invitados especialísimos a la mesa del Señor. Allí escuchamos su Palabra y nos alimentamos con el pan que satisface las necesidades más profundas de nuestro espíritu. Agradezcamos y disfrutemos al máximo esta invitación tan especial.

o       Cuando participamos en la misa construimos comunidad. Nuestra relación con Dios no puede ser una experiencia individualista. Nuestra fe es comunitaria: juntos oramos, juntos expresamos nuestras peticiones, juntos luchamos por la equidad y la justicia. Y esta comunidad se construye alrededor de la mesa eucarística.

 

ü     Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Que esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, que tiene como origen el milagro de Orvieto en el siglo XIII, sea ocasión para recuperar el sentido profundo de la eucaristía como memorial del sacrificio de Cristo y como banquete al que somos invitados junto con los hermanos.