Domingo V de Pascua, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
o
Hechos de los
Apóstoles 14, 21b-27
o
Apocalipsis 21,
1-5ª
o
Juan 13, 31-33ª.
34-35
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Cuando una
persona presiente que va a morir desea expresar sentimientos profundos que
quizás no pudo manifestar con suficiente claridad a lo largo de la vida. Cuando
se acerca el momento de la despedida, padres y madres de familia dan a sus hijos
las instrucciones finales que les servirán a éstos de orientación hacia el
futuro.
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En ese momento
supremo se dejan a un lado los pequeños detalles cotidianos para ir a lo
fundamental.
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Pues bien, el mensaje
que nos transmite este V Domingo de Pascua se ubica
dentro de la solemnidad de la despedida de Jesús: “Hijos míos, me queda muy poco
para estar con ustedes”. ¿Cuál es la última voluntad que les
manifiesta? “Les doy un mandamiento nuevo: que se
amen unos a otros; igual que yo los he amado, ámense también ustedes”.
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Los libros de literatura contienen innumerables páginas
sobre el amor humano, en todas sus facetas y manifestaciones. Si reflexionamos
sobre la vida de Jesús, caeremos en la cuenta de que el amor fue el sello que él
imprimió a todas sus palabras y acciones:
amor total al Padre, amor filial, amor de amigo –
recordemos los profundos vínculos que lo unieron a los hermanos Lázaro, Marta y
María -, amor por los niños, amor por los excluidos de la sociedad en razón de
sus enfermedades o de su estrato social o de su oficio, amor que lo llevó hasta
el supremo gesto de dar la vida por nosotros.
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Jesús, que había hecho del amor el eje de su vida, en el
momento solemne de su despedida manifiesta su deseo
más íntimo: “igual que yo los he amado, ámense
también entre ustedes”.
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¿Por qué afirma
Jesús que se trata de un mandamiento nuevo? ¿Acaso el amor no es tan antiguo
como la humanidad?
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La propuesta de
Jesús es novedosa si se compara con el Antiguo Testamento. Allí se proponía como
primer mandamiento “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todas tus fuerzas”.
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Jesús introduce una verdadera revolución teológica al
afirmar que el amor a Dios pasa a través del amor al
hermano; solo amando a las personas se ama a Dios;
el amor a los otros es la única prueba de nuestro amor a Dios.
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Además del giro
teológico que implica, este mandamiento es novedoso por el referente que
establece: el amor que Cristo nos tiene. En consecuencia, nunca podremos
sentirnos satisfechos con las expresiones de amor que tengamos pues nunca
podremos afirmar que se ha obrado de acuerdo con el referente que es el amor que
Cristo nos ha tenido. Este mandamiento de Jesús debería suscitar en nosotros una
búsqueda continua de oportunidades de servicio. ¿Qué más puedo hacer por mi
familia? ¿Qué más puedo hacer por las personas que están a mi alrededor? ¿Qué
más puedo hacer por los excluidos de la sociedad? ¿Qué más puedo hacer por la
buena marcha de mi ciudad?
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Otro aspecto novedoso del mandamiento de Jesús consiste en
contradecir una visión de la religión como un conjunto de ritos vacíos.
Recordemos que el Judaísmo identifica la fidelidad a Dios con el cumplimiento de
numerosísimos preceptos, ritos y fórmulas.
Jesucristo propone un modelo diferente de relación
con Dios que consiste en el servicio.
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En su testamento,
Jesús propone que sea el amor el sello distintivo de sus seguidores: “en esto
conocerán que son discípulos míos, en que se aman unos a otros”:
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Cuando leemos la
literatura cristiana de los primeros siglos, aparece con absoluta claridad que
las comunidades de creyentes daban un testimonio de fe que se expresaba en
gestos concretos de amor y solidaridad.
o
Su estilo de vida
marcaba una profunda diferencia con la sociedad pagana de entonces.
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Frente a estas
orientaciones de Cristo poco antes de morir, preguntémonos qué sucede con
nuestras familias, con nuestras comunidades, ¿cuál es nuestro testimonio frente
a una sociedad desgarrada por mil formas de violencia y explotación?
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Es hora de
terminar nuestra meditación dominical. Que este evangelio sobre el mandamiento
nuevo nos lleve a revisar los diversos escenarios de nuestra vida para evaluar
cómo se expresa ese amor en las relaciones familiares y sociales, en el
ejercicio profesional. No podemos caer en la trampa de hacer del amor cristiano
un discurso teórico, mientras que en la vida real recorremos senderos de apatía
y de insensibilidad frente a las necesidades de los hermanos.