Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

ü  Lecturas:

o   Profeta Amós 6, 1ª. 4-7

o   Primera carta de San Pablo a Timoteo 6, 11-16

o   Lucas 16, 19-31

 

ü La liturgia de este domingo propone a nuestra consideración la conocida parábola del rico anónimo y de Lázaro, el mendigo. Antes de profundizar en el sentido del texto, es importante que hagamos algunas observaciones sobre el lenguaje que utiliza Jesús para referirse a la vida después de la muerte:

o   Recordemos que Jesús se dirige a los fariseos; por lo tanto, utiliza las expresiones sobre el más allá que les eran familiares.

o   Por eso habla de dos lugares separados por un gran abismo: arriba está el llamado “seno de Abrahán”, que era la meta después de la muerte con la que soñaban los judíos piadosos; y abajo estaba el abismo y el lugar de los tormentos.

o   Esta descripción de un arriba, un abismo y un abajo, que tiene fuertes connotaciones geográficas, no es la enseñanza de Jesús sobre lo que hay después de la muerte; simplemente usa estas expresiones para que los fariseos pudieran entender el mensaje que les quería transmitir.

o   Los cristianos sabemos que la vida después de la muerte no se debe entender como un lugar geográfico, situado en alguna parte, sino que se trata de un estado: el cielo es un estado de cercanía e intimidad con Dios; el infierno es un estado de infinita soledad e incomunicación.

 

ü Ahora analicemos a los dos personajes del relato:

o   Cuando leemos con atención las diversas parábolas narradas por Jesús, observamos que ninguno de sus personajes tiene nombre propio. La única excepción es la parábola de hoy, en la que uno de los protagonistas, el mendigo, se llama Lázaro; el otro protagonista, el rico, carece de nombre, es un ser anónimo.

o   Se ve que esta parábola no fue escrita por los periodistas que hacen seguimiento a la vida social. En todos los diarios del mundo, en la página social aparece el nombre y el apellido de las personas que hacen la noticia, los importantes. Jamás un indigente ha figurado con nombre y apellido en estas crónicas. Pues bien, esta parábola está escrita en otro  estilo, pues el rico es el NN que carece de nombre, y el mendigo es claramente identificado y su nombre se viene repitiendo desde hace dos mil años.

o   En algunos textos religiosos se hace mención del “rico epulón”; la palabra “epulón” es una derivación del verbo latino “banquetear”. En pocas palabras, la expresión “rico epulón” quiere decir “el “rico comelón”, el “rico goloso”.

 

ü ¿Qué nos quiere decir Jesús con esta parábola?

o   El rico del relato vive en un absoluto aislamiento. Es un hombre incapaz de darse cuenta de la existencia de los demás. No ha registrado la existencia de Lázaro, que pasa largas horas sentado junto a la  puerta de su mansión. Sólo tiene ojos para contemplar su plato rebosante. Lo único que le importa es la opulencia de su mesa.

o   Jesús nos está diciendo que aquellos que viven en un mundo hermético, incomunicados de los demás, pensando únicamente en satisfacer su egoísmo, no pueden esperar nada de Dios. La boleta de  entrada al Reino de Dios es la solidaridad con los hermanos, en particular con los pobres y excluidos de la sociedad.

o   Esta parábola nos permite comprender el drama mundial de millones de seres humanos que viven en condiciones infrahumanas, mientras que unos cuantos países viven en medio de la opulencia. Esta parábola también se puede leer en clave internacional.

o   Muchos miembros de la sociedad padecen una ceguera que les impide  ver el sufrimiento de los hermanos. No les tiembla la mano para firmar el “voucher” de la tarjeta de crédito para pagar un objeto suntuario, pero montan en cólera cuando un empleado les pide un justo aumento porque el sueldo no les alcanza para vivir.

o   El rico sin nombre y el mendigo Lázaro se encuentran todos los días pero viven absolutamente alejados el uno del otro. Pero es el rico glotón el que crea este distanciamiento inhumano. El abismo que los separa después de la muerte es continuación del abismo que los ha separado en vida.

 

ü Esta parábola nos permite comprender que el premio o el castigo no son el resultado de una decisión arbitraria de Dios o de algún golpe de dados. En la otra vida recogeremos lo que sembramos ahora. Tendremos una eternidad de comunicación junto a Dios si fuimos justos y solidarios.  Igualmente habrá  una eternidad de infinita soledad e incomunicación para los que solo vivieron para satisfacer su egoísmo.

 

ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Que este relato del drama de incomunicación del “rico glotón” nos haga comprender que el camino de la felicidad en este mundo y de la felicidad eterna pasa necesariamente por el compartir solidario. El rostro de Dios se descubre en el rostro de los niños, de los desplazados, de los ancianos abandonados, de los enfermos. Lo que hicimos con alguno de ellos lo hicimos con Dios.