Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
o
Libro de
Malaquías 3, 19-20ª
o
II Carta de San
Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12
o
Lucas 21, 5-19
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En general, la meditación dominical la focalizamos
sobre
el tema central del evangelio. Hoy introduciremos una pequeña variación
pues tendremos, como tema de reflexión, las
enseñanzas del Apóstol Pablo
sobre el trabajo,
las cuales escuchamos en la segunda lectura.
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Pablo denuncia a
aquellos miembros de la comunidad que viven “muy ocupados en no hacer nada”.
Tratan de justificar su inutilidad con argumentos falsamente espirituales, ya
que están con los brazos cruzados esperando el fin del mundo.
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El trabajo ocupa
un lugar principalísimo dentro de la cultura. Por eso es grato leer estas
expresiones tan directas de San Pablo, quien se pone como ejemplo de hombre
trabajador, lo cual lo autoriza para decir: “¡El que no trabaja que no coma!”.
Es la denuncia de todos aquellos parásitos que esperan que otras personas los
sostengan (los papás, la esposa, el Estado, la caridad pública).
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Recordemos que en
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En nuestros tiempos, el trabajo es un protagonista central
de la vida social. Sin embargo, hay una falsa apreciación en el sentido de que
se juzga la dignidad de las actividades laborales en relación directa con el
dinero que se gana. En esta perspectiva materialista, se considera
importantísimo el
trabajo que permite ganar muchos millones, y se juzga despreciable aquel que
sólo obtiene el salario mínimo.
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Las palabras de San Pablo nos invitan a reflexionar sobre
su sentido y valor. Lo primero que tenemos que afirmar es que el trabajo nos
permite realizarnos
como personas.
Y cuando hablamos de trabajo nos referimos, por
igual, a las tareas del campo, a las actividades dentro del hogar, a las abuelas
que cuidan a los nietos mientras las mamás se ganan la vida en el competido
mundo laboral, a las que realiza el empleado en la oficina o en el taller, a las
actividades investigativas, artísticas y
sociales. A través de este amplísimo abanico de
posibilidades, ejercitamos nuestra inteligencia, expresamos nuestras
capacidades, contribuimos a la solución de los problemas.
Mediante el
trabajo,
somos útiles a la sociedad y no una carga para los demás.
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Además el trabajo es un elemento esencial para la salud
mental. Las personas que no tienen que realizar ninguna actividad productiva se
inventan enfermedades, y su imaginación desbordada les hace perder la
objetividad pues los problemas se crecen de manera absurda.
Por el contrario, estar ocupados es la mejor
terapia para las preocupaciones de la mente y para las tristezas del alma.
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Mediante el trabajo estamos llamados a colaborar
con la obra creadora de Dios. Ahora bien, las
generaciones anteriores entendieron la expresión bíblica “dominad la tierra” en
términos de una explotación despiadada de los recursos naturales. Y estamos
sufriendo los efectos de esta explotación irracional del entorno. Es urgente que
redireccionemos la actividad productiva buscando el desarrollo sostenible. De lo
contrario, está seriamente amenazado el futuro de la humanidad.
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Las reglas de juego del sistema económico deben garantizar
que el trabajo se lleve a cabo de manera que se protejan los derechos humanos
fundamentales, y se establezcan las condiciones para una vida digna. Esto
significa reconocer el salario justo, garantizar la seguridad social, favorecer
el mejoramiento de las condiciones de vida.
Aunque se han dado avances significativos en el
reconocimiento de los derechos humanos, todavía existen condiciones laborales
que claman al cielo, particularmente en el sector rural.
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Cuando reflexionamos en el misterio de la creación y
descubrimos que la obra creadora de Dios continúa a través del trabajo
de nuestras manos,
comprendemos el valor infinito que adquiere la
actividad humana.
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Cuando reflexionamos en el misterio de la encarnación y
nos damos cuenta de que todo lo humano quedó impregnado de divinidad al asumir
el Hijo de Dios nuestra condición humana, comprendemos que el trabajo tiene un
valor
infinito y es una forma de oración.
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Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Que
estas enseñanzas de San Pablo sobre el trabajo nos ayuden
a descubrir su valor y su sentido. Asumiendo
nuestras tareas diarias con amor y responsabilidad nos realizamos como personas,
contribuimos a la buena marcha de la sociedad y nos unimos a la obra creadora de
Dios Padre y a la obra salvadora del Hijo.