XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

 

ü Lecturas:

o   Libro de la Sabiduría 7, 7-11

o   Carta a los Hebreos 4, 12-13

o   Marcos 10, 17-30 

ü A manera de introducción a la homilía de hoy, digamos una palabra sobre la actual crisis económica, que ha golpeado a todos los países y a todas las personas, sin excepción. El Banco Mundial dice que ya ha comenzado la reactivación, pero que será muy lenta. Sin embargo, no podemos caer en el facilismo de decir ¡qué bueno que ya vamos saliendo del abismo en que nos encontramos!, y no hacer un cuidadoso análisis de las lecciones que nos deja, pues ha hecho crisis el dogma neoliberal que confiaba en que el mercado rectificara los errores y abusos; también ha hecho crisis la  visión de un Estado pasivo, que se abstenía de regular los procesos macroeconómicos; ha sido vergonzoso el comportamiento de altos ejecutivos que se enriquecieron favoreciendo perversos procesos especulativos. Y  otro aprendizaje ha sido para las familias, que han tenido que introducir dolorosos ajustes en sus hábitos de consumo. 

ü Pues bien, el evangelio de hoy nos ofrece elementos interesantes para aprender  las lecciones que nos deja la crisis económica. El texto de este domingo tiene como protagonista a un joven de estrato 6 que  le pregunta a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Esta pregunta honesta, hecha por un joven que sinceramente quiere vivir en la presencia de Dios, es una excelente oportunidad para que reflexionemos sobre nuestra posición ante el dinero.  

ü Antes de entrar en materia, debemos afirmar que Jesús jamás condenó la riqueza como si fuera algo negativo o peligroso que hubiera que evitar. Más aún,  entre sus amigos más cercanos se encontraban José de Arimatea y Zaqueo, que disfrutaban de una holgada condición económica.  Lo que Jesús condena no es la riqueza, sino la avidez por atesorar.  

ü Cuando las personas optan por el dinero como el valor central de sus vidas, todas las demás realidades pierden importancia, pues no hay tiempo para compartir con la familia y las relaciones sociales se escogen en función de los beneficios  que pueden aportar.

 ü El afán  por atesorar conduce, en muchas ocasiones, a la avaricia. Estos personajes lleven unas vidas infelices porque no disfrutan de lo que tienen, todo les parece carísimo y creen que las personas que están junto a ellos les quieren robar. Y se olvidan de que la muerte les privará de todo aquello que han acumulado con tanto celo. 

ü En Colombia, el boom económico producido por el narcotráfico ha sido la causa de una grave alteración de los valores éticos: el trabajo honrado y la sencillez en el modo de vida han sido reemplazados por el enriquecimiento rápido y la ostentación; y la corrupción ha contaminado la gestión pública y privada. ¡El narcotráfico ha sido la peor enfermedad que ha padecido el país! De ella se derivan muchos de los males que nos aquejan. 

ü La avidez por el dinero no sólo afecta la trama de las relaciones sociales, sino que igualmente altera la relación con Dios:

o   La riqueza, buscada como valor absoluto, se convierte en el anti-Dios. El creyente afirma que todo es posible para Dios; por el contrario, quien ha hecho del dinero su dios, afirma que todo es posible para el dinero… En él deposita su fe, su esperanza y su amor. Estas tres virtudes – la fe, la esperanza y el amor – ya no tienen como foco a Dios sino a la riqueza.

o   En el  evangelio de hoy, Jesús afirma: “¡Qué difícil es para los que confían en las riquezas entrar en el Reino de los cielos!” Esta afirmación tan radical tiene una explicación muy sencilla: quien ha puesto su confianza en el dinero, no acepta que la salvación sea un don de Dios y no busca en Jesús la salvación; cree que todo lo puede comprar, incluido un lugar en el cielo… 

ü El evangelio de hoy no sólo critica el uso indebido del dinero sino que también  nos hace una propuesta positiva. Así como se condena la avidez por atesorar, se invita a compartir; tal es la propuesta de Jesús al joven rico. Ahora bien, compartir el dinero no sólo significa darlo a entidades de beneficencia y vincularse a fundaciones, lo cual merece todos los reconocimientos:

o   Darle un sentido social a la riqueza es, igualmente, pagar  los impuestos para que el Estado puede atender las necesidades del bien común.

o   Darle un sentido social a la riqueza es crear nuevos puestos de trabajo y ser muy respetuosos con los derechos de los trabajadores.

o   Darle un sentido social a la riqueza es promover el desarrollo en armonía con el medio ambiente. Por eso hoy día hablamos del desarrollo sostenible.

o   Afortunadamente, un nuevo espíritu de responsabilidad social empresarial ha ido penetrando en amplios segmentos de la comunidad económica. 

ü Antes de terminar, quisiera invitarlos a dirigir nuestra atención a la primera lectura, que nos aporta elementos muy interesantes:

o   En ella encontramos unas palabras muy inspiradoras: “Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza”

o   Este texto tiene un enorme significado  cuando se lee frente a los valores postulados por una cultura “traqueta”, subproducto del narcotráfico; para estos siniestros personajes, lo importante son las joyas, los automóviles de gama alta y coleccionar escrituras de propiedades  dispersas por el ancho mundo.

o   Por el contrario, el libro de la Sabiduría pondera la superioridad de los valores del espíritu. Los educadores tenemos el reto de lograr que nuestros alumnos se enamoren de la ciencia, que descubran la magia de los grandes maestros de la literatura universal, que disfruten de la experiencia casi mística de un concierto, que gocen compartiendo con la familia y los amigos en medio de la sencillez de lo cotidiano. Que ellos descubran la supremacía de la sabiduría, es decir, de los valores del espíritu, sobre las riquezas de la tierra y frente a una cultura que proclama la supremacía del tener y del acumular. 

ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Revisemos, pues, nuestra actitud frente al dinero, que no es un fin sino un medio para satisfacer las necesidades humanas y permitir el desarrollo integral de la sociedad. Y que el Espíritu Santo nos conceda el don de saborear  los valores superiores de la cultura, del arte, de la estética, del compartir, que son infinitamente superiores al consumismo.