XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J. 

 

ü  Lecturas:

o   Éxodo 32, 7-11. 13-14

o   I Carta de san Pablo a Timoteo 1, 12-17

o   Lucas 15, 1-32 

ü El capítulo 15 del evangelio de san Lucas trae tres parábolas: el pastor que sale en busca de la oveja perdida, la mujer angustiada que no sabe dónde guardó su dinero y el hijo pródigo. Estos tres relatos  se conocen como las parábolas de la misericordia porque muestran, a través de un lenguaje figurado, el amor de Dios hacia nosotros, a pesar de nuestros pecados y negatividades. Como el capítulo es extenso, nos concentraremos en las dos primeras parábolas. 

ü Para poder entender estos textos, aparentemente ingenuos, hay que conocer un doble contexto: ¿qué quiso decir Jesús a los hombres y mujeres de su época? y ¿qué nos dice a la humanidad de hoy? 

ü Veamos, en primer lugar, qué quiso decir a sus contemporáneos:

o   Los escribas y fariseos  evitaban el trato de aquellas personas que, según ellos, vivían en pecado; los discriminaban. Criticaban a Jesús porque actuaba de manera muy diferente: acogía a los pecadores y se sentaba a la mesa con ellos.

o   Jesús tenía profundas discrepancias con los escribas y fariseos. En el texto que nos ocupa se hace evidente una diferencia irreconciliable respecto a la imagen de Dios; para los opositores de Jesús, Dios rompe relaciones con los pecadores y estos deben ser justos antes de acercarse a Él en la oración personal y en las reuniones comunitarias; para Jesús, Dios rechaza el pecado pero acoge amorosamente al pecador; Jesús dio testimonio de esta actitud de acogida. Se trata, pues, de dos visiones teológicas opuestas.

o   A través del lenguaje sencillo de estas dos parábolas, Jesús revela la imagen de un Dios amoroso e infinitamente misericordioso. 

ü Pero Jesús no sólo habló para sus contemporáneos; habla para la humanidad de todos los tiempos; tiene una palabra para nosotros. Los seres humanos nos preguntamos: ¿cómo reaccionará Dios ante nuestros pecados?, ¿nos rechazará?, ¿nos ignorará cuando estemos frente a  Él para rendirle cuentas? Estas parábolas de la misericordia, aparentemente simples en su forma literaria, responden a estos interrogantes que tocan lo nuclear de nuestras vidas. 

ü Jesús,  hábil pedagogo,  parte de una experiencia común; todos nos hemos preocupado por la pérdida de los papeles de identificación o de las llaves de la casa o de un documento importante del cual no guardamos copia; y todos hemos sentido una gran alegría cuando los recuperamos. A partir de esta experiencia de la vida diaria, Jesús desarrolla sus enseñanzas sobre la misericordia de Dios. Destaquemos algunas enseñanzas particulares de estas parábolas. 

ü La idea – fuerza de estos relatos es el amor que Dios nos tiene. A pesar de que el texto  presenta como protagonistas a un pastor y a una diligente ama de casa, en realidad se trata de Dios mismo.  Utilizando verbos propios de las acciones humanas – buscar, encontrar, alegrarse -, Jesús nos está diciendo que nuestra suerte es importante para Dios. Somos sus hijos y no quiere que nos perdamos. Lo que nos afecta no lo deja indiferente. Lo nuestro, por pequeño que parezca, tiene eco en su corazón. 

ü Cuando contemplamos las noches cuajadas de estrellas e imaginamos las galaxias que están a millones de años luz de nuestro sistema solar, tomamos conciencia de nuestra insignificancia. ¿Qué es la tierra, que somos cada uno de nosotros ante la inmensidad del universo? Pues bien, así de minúsculos, Dios nos llama por nuestro nombre, reconoce nuestra singularidad y nos invita a colaborar en su obra creadora. Esta relación personalizada sería  impensable si tenemos en cuenta el abismo que separa al Creador de la creatura; pero lo inimaginable se hace realidad gracias a la encarnación del Hijo eterno de Dios. 

ü El hecho de que nuestras actuaciones contra el amor y la justicia rompan nuestra comunión con Dios no quiere decir que hayamos perdido valor ante sus ojos. El pastor no quiere que se pierda ninguna de sus ovejas; el buen Dios no quiere la separación definitiva de ninguno de sus hijos. 

ü Estas parábolas de la misericordia trasmiten un mensaje de esperanza; por complicada que sea la situación que está viviendo alguien, siempre será acogido por Dios si manifiesta una sincera voluntad de cambio. 

ü Estas parábolas trazan un camino para la acción pastoral de los ministros de la Iglesia; es antievangélico el comportamiento de aquellos sacerdotes que maltratan a los feligreses que se acercan para buscar una mano tendida. Los sacerdotes debemos ser prolongación del amor misericordioso de Dios. 

ü Estas parábolas también deben hacer pensar a muchos padres de familia que han llegado a una ruptura con sus hijos. En algunas ocasiones he escuchado la terrible frase “este hijo está muerto para mí”. Por negativo que haya sido el comportamiento del hijo, siempre hay que dejar abierta una pequeña ventana a la esperanza. 

ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Que estas dos parábolas nos permitan descubrir un rico mensaje sobre el amor de Dios hacia nosotros; estos textos alimentan nuestra esperanza y nos inspiran en nuestras responsabilidades como padres y madres de familia, como educadores y como ministros de la Iglesia. Seamos presencia del amor misericordioso de Dios en medio de una sociedad desgarrada por los  conflictos.