XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J. 

 

ü Lecturas:

o   Eclesiástico 35, 15-17. 20-22

o   II Carta de san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18

o   Lucas 18, 9-14 

ü Entre los que se reconocen como católicos, encontramos maneras diversas de vivir la fe; veamos algunas de estas posibilidades:

o   Hay católicos que reducen sus manifestaciones religiosas a las celebraciones de la familia y de los amigos; van a la iglesia con  motivo de los bautizos, primeras comuniones, bodas y exequias. Es una fe meramente sociológica que continúa repitiendo los ritos heredados de los mayores.

o   Hay católicos que intensifican sus prácticas y devociones cuando se sienten amenazados por una enfermedad o por una crisis económica o por un duelo familiar. Procuran superar el mal momento multiplicando sus expresiones de religiosidad.

o   Hay católicos que quieren vivir coherentemente la fe de manera que ésta inspire su vida familiar y su comportamiento como ciudadanos. 

ü El texto del evangelista Lucas que acabamos de escuchar nos presenta dos maneras de vivir el Judaísmo en tiempos de Jesús. Estos dos modelos se inspiran en  personajes extraídos de dos grupos sociales, los fariseos y los publicanos, que tenían profundas diferencias. Sus relaciones con Dios y con los demás se proyectan en su modo de orar. 

ü Analicemos la oración del fariseo:

o   Empieza manifestando su acción de gracias a Dios, pero el motivo de su agradecimiento no es transparente: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres”

o   Más que un auténtico agradecimiento por la acción de Dios en su vida, es una auto – felicitación; más aún, parecería que Dios estuviera en deuda con él.

o   Lo que dice el fariseo es parcialmente verdadero pues se comporta correctamente. Pero se equivoca cuando se sitúa por encima de los demás y los mira con desprecio.

o   Se equivoca el fariseo cuando se siente justificado por sus propios méritos y no por la gracia de Dios.

o   Se equivoca el fariseo cuando asume el rol de juez que dicta sentencia contra los demás. 

ü En nuestro tiempo es frecuente escuchar juicios muy cercanos a la posición expresada por el fariseo. Muchas personas no acuden  al Sacramento de la Reconciliación porque creen que no necesitan del perdón de Dios comunicado a través de la Iglesia; no encuentran de qué confesarse; en el fondo siguen repitiendo las palabras del fariseo del relato: “No soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros”. 

ü Ante estas afirmaciones de los fariseos de ayer y de hoy, debemos ser conscientes de que el seguimiento de Jesús no puede reducirse a no robar, no matar, no ser infieles. Es necesario afinar la conciencia moral para que ésta no se contente con cumplir con los mínimos que estable la ética; debemos ir más allá de los mínimos; el Cristianismo  es una religión de máximos pues  así fue la vida de Jesús, quien siempre buscó hacer la voluntad del Padre celestial hasta las últimas consecuencias. 

ü No podemos permitir que nuestra vida se reduzca a evitar acciones escandalosas; nuestro comportamiento debe inspirarse en el deseo de vivir en continua superación y crecimiento. Siempre será posible entregarse más a los demás, perdonar con mayor generosidad, ser más delicados en cuando a las exigencias de la justicia… 

ü Ahora dirijamos los ojos hacia el publicano:

o   Ante todo es un ser humilde al que no se le pasa por la mente establecer odiosas comparaciones.

o   Se reconoce pecador y necesitado de la gracia de Dios. Es una oración auténtica, en la que no trata de proyectar una imagen favorable de sí. Él sabe muy bien que Dios lo conoce mejor de lo que se conoce él mismo. 

ü Teniendo ante nuestros ojos estos dos estilos de oración del fariseo y del publicano, que proyectan dos modos opuestos de relacionarse con Dios y con los demás, saquemos algunas enseñanzas:

o   Desenmascaremos al fariseo que todos llevamos por dentro en el sentido de creernos superiores a los demás por nuestras virtudes.

o   Reconozcamos que no podemos actuar el bien si Dios no nos ayuda y que la salvación no es algo que podamos alcanzar por los méritos propios sino por la gracia de Dios.

o   Entendamos que los seguidores de Jesús no pueden contentarse con evitar los escándalos; el Espíritu Santo nos invita a pronunciar un SI incondicional al amor de Dios que nos llama a participar de su gracia.