Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
ü Lecturas:
o Profeta Ezequiel 33, 7-9
o Carta de san Pablo a los Romanos 13, 8-10
o Mateo 18, 15-20
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Los
seres humanos vivimos en comunidad, siendo la familia el grupo social básico.
Siempre estamos junto a otros: en la familia, en el vecindario, en el colegio o
universidad,
en el lugar de trabajo, en el supermercado. La vida humana
sería imposible
sin la presencia de otros seres humanos.
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Ahora
bien, en esa convivencia inevitablemente surgen diferencias, algunas de poca
importancia y otras más serias, pues los comportamientos de unos fastidian a
otros.
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Como la
existencia de conflictos es connatural a la vida en sociedad, han
aparecido estudios especializados y estructuras que
ofrecen las herramientas pertinentes para afrontar estas situaciones de tensión;
por ejemplo, en el campo de las relaciones internacionales existen organismos
facilitadores para evitar que los países usen las armas con el fin de
resolver
por la fuerza las diferencias; para los conflictos entre ciudadanos existen los
métodos alternativos de solución de conflictos tales como la mediación, la
conciliación y el arbitramento, etc; los terapeutas
familiares prestan sus servicios para superar las tensiones de pareja y para
tender puentes de comunicación entre padres e
hijos; también la comunidad cristiana, formada por seres humanos, experimenta
estas dolorosas situaciones y rupturas.
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Pues
bien,
en el evangelio de este domingo Jesús nos ofrece unas
pistas
muy sugestivas
para el manejo de los conflictos dentro de la
comunidad. ¿Cómo acompañar, desde la experiencia de fe, al hermano, al amigo o
al colega que están actuando de manera equivocada dando
antitestimonio de los valores del Evangelio? En su
sencillez, el texto escrito por el evangelista Mateo nos ofrece un mini-taller
para el acompañamiento de situaciones conflictivas que surjan dentro de la
comunidad eclesial.
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Si
leemos atentamente el texto, descubriremos una primera enseñanza: las
situaciones difíciles deben manejarse con la mayor discreción; no hay que
proclamar a los cuatro vientos la crisis que se vive. En los conflictos de
pareja, no se respeta este llamado a la prudencia y se comunica a los suegros,
cuñados, vecinos y amigos el dolor que se está viviendo. Como es natural, todos
los que reciben la noticia quieren opinar, lo cual dificulta todavía más avanzar
positivamente hacia la superación de esa situación; supongamos que se supera la
crisis; de todas maneras quedan
latentes
las suspicacias y los resquemores. En este texto
evangélico, vemos que la intervención que Jesús recomienda debe realizarse en
absoluta discreción; la mejor fórmula es el diálogo personal, en
confidencialidad; el principio que se propone es sabio: en el proceso deberá
intervenir el menor número de protagonistas.
ü Otra sugerencia que aparece en este texto sobre la resolución de conflictos en la comunidad eclesial ilumina el sentido pedagógico de la intervención:
o Dice Jesús: “Hazle ver su falta”. Para que este objetivo se logre, la prudencia recomienda buscar el momento y las palabras oportunas, deponiendo todo sentimiento de agresividad.
o Tenemos que reconocer que muchos de los reclamos se formulan cargados de emotividad y vehemencia; en ese tono se expresa la pareja que se siente agraviada y el padre de familia que sorprende a su hijo haciendo algo incorrecto.
o
El
objetivo que se debe buscar es que esa persona se de cuenta de los valores
que ha atropellado y de las heridas que ha causado.
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En esta
pedagogía
que propone Jesús, hay que actuar con esperanza, es decir,
hay que creer en las posibilidades de cambio y de
conversión, sin caer en los excesos de un optimismo ingenuo. Sabemos que existen
situaciones muy difíciles de las que no es posible salir por los propios medios,
pues se necesita un acompañamiento especializado. Se trata, pues, de una
esperanza ilustrada, que busca el apoyo de profesionales
competentes en el manejo de estos problemas.
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Para
garantizar la sinceridad del arrepentimiento, la voluntad de cambio debe ir
acompañada de una reparación, es decir, el que ha quebrantado alguno de los
valores de la convivencia social y eclesial debe mostrar, con hechos concretos,
su firme voluntad de contribuir a la cicatrización de las heridas causadas.
Perdón y reparación van de la mano.
ü Es hora de concluir esta sencilla meditación. Jesús nos ha dado unas pistas para el manejo de situaciones de conflicto dentro de la comunidad eclesial. Actuemos discretamente; tengamos siempre presente el carácter pedagógico de estas llamadas de atención; creamos que las cosas pueden cambiar, y para ello usemos los medios idóneos; no olvidemos que hay que pasar de las palabras a las obras, acompañando los buenos deseos expresados con manifestaciones concretas de reparación.