VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

    ü Lecturas:

o   Profeta Isaías 43, 18-19. 21-22. 24-25

o   II Carta de san Pablo a los Corintios 1, 18-22

o   Marcos 2, 1-12 

ü El evangelio de hoy nos ofrece una imagen sorprendente: un paralítico, llevado por sus familiares y amigos, se acerca a Jesús a través de un agujero en el techo, pues era la única manera de llegar a Él. 

ü Este relato nos inspira dos tipos de consideraciones:

o   La primera de ellas es una lectura breve de las actitudes manifestadas por los protagonistas: el paralítico y sus acompañantes,  Jesús y los escribas que presenciaban la escena.

o   La segunda consideración es alegórica pues nos motiva a reflexionar sobre las relaciones sociales, que es un tema que  va más allá del relato de la curación. 

ü Exploremos, pues, las actitudes de los protagonistas del relato:

o   Llama la atención la creatividad con que el paralítico y sus acompañantes superaron los obstáculos para acercarse a Jesús. El texto es explícito en cuanto a la conmoción que suscitó la presencia del Maestro. Muchas personas habían sido testigos de sus milagros y comunicaron a los vecinos lo que habían visto. Esta movilización popular no era el resultado de mensajes publicitarios, sino la respuesta espontánea del pueblo ante un hombre  que tenía poder sobre las enfermedades y la muerte, y cuya palabra tocaba los corazones.

o   Este contexto nos permite comprender la acción emprendida por los que acompañaban al paralítico; el Maestro quedó admirado ante semejante iniciativa. 

ü El texto de Marcos relata que Jesús respondió en dos momentos a la fe, expresada con hechos concretos, del paralítico y su séquito. Sorprendentemente, sus palabras iniciales nada tienen que ver con su enfermedad: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. La palabra de Jesús se dirige, ante todo, al interior de la persona; allí, en la intimidad, empieza la vida nueva que Jesús ofrece; la intervención milagrosa que viene a continuación está en función de este anuncio de salvación. 

ü Estas palabras de Jesús fueron mal recibidas por los escribas que se encontraban presentes: “¿Por qué habla así? Esto es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”. 

ü Jesús, entonces, tuvo su segunda intervención: “Para que vean que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, le dijo al paralítico: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”. Intervención contundente de Jesús, cuya palabra eficaz transforma la vida de este hombre. 

ü Veamos el significado profundo de lo que acaba de suceder en la vida del paralítico:   La palabra liberadora de Jesús le devolvió la libertad moral después de haber estado inmovilizado por causa del pecado (nos paralizan los malos hábitos, el egoísmo, las adicciones, el orgullo). Y esta palabra liberadora le permitió, igualmente, recuperar la autonomía de movimientos y la posibilidad de atender personalmente sus necesidades básicas sin tener que depender de otros. 

ü Yendo más allá del texto, los invito a que hagamos una lectura alegórica. Los seres humanos podemos tener limitaciones, más o menos serias, en nuestra movilidad y autonomía, resultado de  causas físicas; pensemos, por ejemplo, en las consecuencias de un accidente o de alguna dificultad en el momento del parto o de un derrame cerebral. Así como hay  causas físicas que explican las limitaciones en el movimiento del cuerpo, así también hay comportamientos sociales que impiden que los demás actúen de manera autónoma, y generan dependencias malsanas.

ü Siguiendo en esta reflexión  alegórica, podemos afirmar que hay relaciones afectivas patológicas, que afectan la capacidad de juicio y decisión de las personas que nos rodean. Pongamos algunos ejemplos. 

ü Empecemos por las relaciones de pareja. Una relación madura reconoce la singularidad del otro, respeta sus ideas, estimula su realización en el plano personal y profesional. Infortunadamente, se dan relaciones de pareja enfermizas, que paralizan al otro, que le recortan su autonomía, que le impiden pensar, que sienten celos frente a las amistades y el éxito, que invaden el espacio íntimo. 

ü Sigamos con las relaciones entre padres e hijos. Si el niño respira ternura, si se siente escuchado por sus padres, si ve en ellos valores de convivencia y respeto, tendrá las herramientas para construir su propio proyecto de vida en autonomía y cargado de sentido. Pero hay ciertas relaciones entre padres e hijos que son causa de parálisis: sea por abandono, sea por maltrato, sea por sobreprotección. Estos niños, que han estado inmersos en un ambiente malsano, tendrán serias dificultades para establecer unas relaciones adultas y libres. Su afectividad llevará la marca de la dominación – dependencia. 

ü En la comunidad eclesial encontramos rasgos semejantes. Podemos hablar de una comunidad de fe saludable si sus miembros viven con alegría sus vocaciones particulares. Para lograr este objetivo, los sacerdotes debemos acompañar a nuestras comunidades en el desarrollo de una conciencia moral adulta, capaz de analizar los valores y antivalores que se entremezclan en la toma de decisiones. Tristemente, los sacerdotes podremos ser causantes de parálisis si favorecemos relaciones de dependencia, si pretendemos decidir por ustedes, si limitamos su participación en la vida de la Iglesia, si no los  reconocemos como mayores de edad. 

ü A la luz de este inspirador relato de la curación del paralítico, debemos preguntarnos si las relaciones que establecemos estimulan a los otros para que corran por la vida buscando realizarse  y sean capaces de volar para alcanzar sus sueños. Reconozcamos honestamente si somos causa de parálisis al impedir el desarrollo autónomo de los que nos rodean. Siguiendo el ejemplo de Jesús, procuremos que nuestra palabra entusiasta sea una invitación y una ayuda eficaz para que se pueden levantar los que están postrados por la pobreza, por la exclusión o  cansados por la lucha de la vida.