Domingo XX del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J. 

 

ü  Lecturas:

o   Libro de los Proverbios 9, 1-6

o   Carta de san Pablo a los Efesios 5, 15-20

o   Juan 6, 51-58 

ü En el Antiguo y en el Nuevo Testamento, encontramos frecuentes referencias al banquete como una imagen que nos comunica la abundancia de la gracia de Dios:

o   En la primera lectura, tomada del Libro de los Proverbios, leemos: “La sabiduría ha preparado un banquete, ha mezclado el vino y puesto la mesa; después ha enviado a sus empleados para invitar a los comensales”

o   En el evangelio que acabamos de escuchar, esta imagen del banquete adquiere una riqueza infinita porque Jesús se presenta como el alimento que satisface todas las apetencias y necesidades del ser humano: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá por siempre”. En Jesucristo, el banquete que ofrece la Sabiduría se abre a horizontes insospechados de plenitud. 

ü A través de la imagen del banquete, Dios nos dice cómo quiere relacionarse con nosotros; por eso vale la pena detallar los diversos elementos sugeridos en esta imagen:

o   La organización de un banquete exige que haya un anfitrión, que es el que invita y lo hace por un  motivo especial. En este caso, es el mismo Dios quien nos invita a su mesa para celebrar el don de la vida divina que nos comunica de múltiples maneras. En este momento, vale la pena recordar la absoluta novedad que aporta la revelación judeo-cristiana, que nos descubre a Dios como un ser personal, trascendente, que se comunica en la historia de un pueblo. Tal revelación implica una profunda revolución en la historia de las religiones, muchas de las cuales rendían culto a numerosos dioses, entre los cuales existían rivalidades y enfrentamientos, y que no se preocupaban de la suerte de los mortales.

o   La automanifestación de Dios, que llega a su plenitud en Jesucristo, nos descubre el misterio de Dios amor, quien nos llama por nuestro nombre para que seamos sus comensales y le ayudemos como administradores de su obra creadora y anunciadores de la Buena Noticia de la salvación.

o   La imagen del banquete está asociada a música y alegría. Así quiere Dios que sea nuestra relación con Él. No debemos permitir que equivocados modelos de formación religiosa siembren, en el corazón de los fieles, semillas de temor y angustia, como si Dios se opusiera a nuestra felicidad. Los seguidores del Señor resucitado no podemos tener una visión sombría del Cristianismo ni permitir que nuestra conciencia esté atormentada por las angustias y escrúpulos. Dentro de la Iglesia católica hay ciertas tendencias que favorecen está visión negativa del quehacer del creyente. Por el contrario, debemos vivir la alegría del encuentro con el Señor resucitado;  la imagen del banquete transmite un mensaje de plenitud.

o   Además, el banquete es un hecho social que convoca a los amigos y a las personas con las que compartimos vínculos. Es impensable un banquete de seres aislados e incomunicados. Por eso, la imagen bíblica del banquete pone de relieve la dimensión comunitaria del encuentro con Dios. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestó progresivamente al pueblo de Israel a través de los acontecimientos que marcaron su historia; en el Nuevo Testamento, el don del Espíritu se comunica a los Apóstoles reunidos en oración; y la acción salvadora de Jesucristo sigue presente en los sacramentos de la Iglesia. En la vida de las comunidades, este banquete se celebra cada domingo cuando nos acercamos a la mesa del Señor para escuchar la Palabra y alimentarnos con el Pan de Vida. 

ü La magnificencia de un banquete se juzga por la calidad y variedad de los alimentos y bebidas ofrecidos a los invitados. La situación ideal sería que cada uno de los presentes encontrara que sus preferencias gastronómicas pueden ser satisfechas. Pues bien, en este horizonte simbólico del banquete  como encuentro entre el amor infinito de Dios y la comunidad, la esplendidez de alimentos y bebidas  significa, por una parte,  la diversidad de gracias, dones y  carismas que el Espíritu concede a  la comunidad de los fieles; y, por otra parte, el amplio abanico de respuestas positivas que los hombres podemos dar al llamado de Dios. No existe una única respuesta a la iniciativa de Dios; el SÍ que puede pronunciar la libertad encuentra mil oportunidades diversas de expresar el amor a Dios mediante el servicio a los hermanos. No existe un camino único ni una fórmula preestablecida que tengan que acoger hombres y mujeres pertenecientes a culturas y contextos diversos. Este reconocimiento de la pluralidad de vocaciones excluye la pretensión de privilegiar una vocación o respuesta particular como si fuera el paradigma por excelencia de la fidelidad al Señor. 

ü Que esta inspiradora imagen del banquete al que nos invita la Sabiduría infinita de Dios y que llega a su clímax en el encuentro con el Pan vivo que ha bajado del cielo, nos ayude a vivir nuestra fe como un encuentro personal, gozoso y comunitario con Dios-amor y que se traduce en pluralidad de vocaciones y de carismas.