Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J. 

 

El amor a Dios y a los hermanos 

ü Lecturas:

o   Deuteronomio 6, 2-6

o   Carta a los Hebreos 7, 23-28

o   Marcos 12, 28-34 

 

ü San Ignacio de Loyola, un sabio maestro de la vida espiritual, recomienda que al comenzar un tiempo de oración, se haga una composición de lugar, que es imaginarse la escena en la cual se desarrolla nuestra meditación (personajes, situaciones, experiencias); este ejercicio de la imaginación ayuda a recogernos interiormente, concentrar los sentidos y superar las distracciones. 

ü Pues bien, al comenzar esta meditación dominical, los invito a que hagamos una composición de lugar colectiva; imaginemos que estamos caminando despreocupadamente por un centro comercial. Vemos que estudiantes de la carrera de Comunicación entrevistan a los visitantes de ese lugar público; se nos acerca uno de esos jóvenes, y amablemente nos pregunta si queremos colaborarle en un estudio que está haciendo; suponiendo que se trata de alguna tarea pedida por el profesor de Mercadeo, aceptamos ser entrevistados. Pero, para nuestra sorpresa, la pregunta que nos hace nada tiene con ver con nuestras preferencias sobre determinados productos del mercado; el joven aprendiz de comunicador social nos pregunta: “¿Podría decir, en pocas palabras, qué es para usted lo más importante de su fe cristiana?”. Jamás esperaríamos este tipo de preguntas en un centro comercial… Imaginemos que nos hacen esta pregunta. ¿Qué responderíamos? Ciertamente se nos ocurrirían algunas cosas sobre las enseñanzas de Jesús, su liderazgo, su preocupación por los más pobres, haríamos alguna referencia a su pasión y muerte… Pero nos sentiríamos en serias dificultades para exponer, de manera sintética, lo nuclear  de la experiencia cristiana. 

ü Después de hacer esta composición de lugar, los invito a que  releamos las primeras frases del evangelio que acabamos de escuchar;  allí se transcribe la respuesta de Jesús a una pregunta formulada por uno de los escribas que lo escuchaba: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le respondió: El primero es: Escucha, Israel; el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. 

ü Jesús expresa, en una síntesis formidable, lo esencial de la experiencia  religiosa de la tradición judeo – cristiana, y logra articular la experiencia de la fe y la forma de actuar  en la vida diaria. Según las palabras del Señor, el amor es el factor diferenciador de la relación que Dios ha querido establecer con la humanidad; en un primer momento, Dios quiso establecer una relación especialísima – la Alianza – con una comunidad particular en un rincón olvidado del mundo; ese designio salvífico se abre a todas las culturas gracias a la muerte y resurrección de Jesucristo. 

ü Cuando el Maestro nos habla del amor a Dios y a los hermanos como el principio inspirador de todas nuestras acciones, no quiere comunicarnos un mensaje puramente emocional, que tendría la duración efímera de una llama al viento… 

ü No se trata de un sentimiento. El libro del Deuteronomio, cuyo texto escuchamos en la primera lectura, nos explica que esa relación exclusiva entre Dios y el pueblo tenía tal fuerza que transformaba todos los campos de actividad: los ritos  religiosos, la vida familiar, la afectividad, los negocios, etc. Este amor exclusivo pedía expresarse en todos los momentos de la vida personal y social. 

ü Jesucristo es el clímax de la automanifestación de Dios a la humanidad.  En sus momentos de oración, Él se  dirigía  al Padre utilizando la palabra Abbá, que es la forma íntima y familiar de decir papá; al enseñarnos la oración del Padrenuestro, nos pide que nos dirijamos al Padre usando esa  misma palabra, con lo cual las relaciones entre el Creador y la creatura  adquieren una coloración absolutamente diferente, teñidas por  la confianza y la ternura. 

ü El primer mandamiento del amor a Dios, que es el principio inspirador de toda la organización  religiosa, familiar, económica y social, es inseparable del segundo mandamiento, el amor al prójimo. Ahora bien, el amor al prójimo no puede reducirse a unas cuantas acciones para tranquilizar la conciencia ante el desgarrador espectáculo de pobreza y exclusión. El amor al prójimo que nos pide Jesús debe expresarse en estructuras jurídicas, económicas y sociales que  garanticen el cumplimiento de los derechos humanos fundamentales. No creamos que podremos cumplir con este segundo mandamiento organizando unas cuantas jornadas de ayuda a los niños pobres con fines simplemente asistencialistas. La exigencia es mucho más rigurosa, pues hay que crear las condiciones para que la dignidad sagrada del ser humano sea respetada. 

ü Este mandamiento del amor al prójimo, que es inseparable del amor a Dios, nos pide acercarnos, con un espíritu diferente, a las políticas económicas que buscan el desarrollo de un país; este doble mandamiento del amor nos ayuda a comprender a los seres humanos como  sagrados en su dignidad, y no simples piezas dentro de una compleja maquinaria de producción y de consumo:

o   De ahí  la enorme importancia que hay que dar a la formación de  los dirigentes de un país, que deben tener una sólida formación humanística y ética, que les permita ver más allá de los indicadores macroeconómicos para estar en sintonía con los seres humanos que se ocultan detrás de esas cifras y comprender sus luchas, dolores y proyectos.

o   Por eso es tan importante que se levanten voces críticas que hablen por los que no tienen voz y que hagan visibles a los excluidos que muchas veces son ignorados por quienes toman las grandes decisiones.

o   El amor a Dios y a los hermanos, elemento central del seguimiento de Jesucristo, nos invita a trabajar por la construcción de un país tolerante, respetuoso de la diversidad y que busca la inclusión de todos sus ciudadanos. 

ü Que esta eucaristía dominical nos ayude  a comprender que el factor diferenciador del Cristianismo es el amor a Dios y a los hermanos, que se expresa a través de acciones concretas de solidaridad.