Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Fiesta de la Transfiguración del Señor

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

ü     Lecturas:

o       Profeta Daniel 7, 9-10. 13-14

o       II Carta del apóstol San Pedro 1, 16-19

o       Marcos 9, 1-9

 

ü     Hoy celebra la liturgia la fiesta de la Transfiguración del Señor. El sentido teológico  de este texto evangélico es la confirmación, por parte de Dios Padre, del ser y la misión de Jesús como Mesías. En el Antiguo Testamento encontramos grandes personajes que habían anunciado la salvación de Israel. Pues bien, Jesús supera a los anunciadores que lo precedieron  pues Él es la realización de esa promesa.

 

ü    En medio de la sobriedad de este relato, encontramos una escenografía grandiosa, que corresponde a un  género literario propio de la Biblia, el género de las “teofanías” o manifestaciones de Dios. Veamos algunos elementos de esta escenografía única:

o       La montaña: para Israel, la montaña, con su soledad e inmensidad, es el lugar de la revelación de Dios. Cuando contemplamos la majestad de los Andes, cuando nos extasiamos ante la silueta recortada de los Farallones que bordean a Cali, nos sentimos sobrecogidos ante la grandiosidad de la naturaleza. Se trata de una experiencia que es, al mismo tiempo, humana y sobrenatural. Por eso para  los pueblos antiguos  y para Israel, la montaña es un lugar privilegiado para la oración y para la manifestación de Dios.

o       El aspecto deslumbrante de Jesús:  dice el texto que “sus vestimentas se volvieron de un  blanco deslumbrador”. Esto significa que no se trata de un hombre común y corriente sino que en él se hace presente la divinidad.

o       La compañía: “Se le aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús”. Es muy significativa la presencia de estos dos personajes porque en el Antiguo Testamento ellos son la personificación de los Profetas y la Ley, que son las dos columnas sobre las cuales se apoya la vida religiosa de Israel. Su presencia junto a Jesús quiere decir que Él es el punto de llegada de la tradición religiosa del pueblo de la Alianza, en Él se hace carne la promesa hecha a los descendientes de Abrahán, Isaac y Jacob.

o       La nube: significa la majestad de Dios. Recordemos otra manifestación de Dios o teofanía sobre la cumbre del monte Sinaí, cuando Yahvé entregó las tablas de la Ley a Moisés; allí Dios habló en medio de una nube, porque ningún mortal podría resistir su presencia. Este sentido del misterio lo ha conservado  la liturgia ortodoxa en las iglesias bizantinas, en las cuales la eucaristía se celebra, en medio de cantos e incienso, detrás del “iconostasio”, que es una mampara con imágenes religiosas pintadas  o íconos que separa el presbiterio y el altar del resto de la iglesia.

o       La voz: “Salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. Dios Padre confirma el ser y la misión de Jesús, ratificando así la  oferta de salvación que éste hace a la humanidad. La revelación que hace Jesús y  su anuncio de salvación, no van dirigido a la inteligencia como si fuera una teoría, sino que son fundamentalmente una propuesta de vida. Escuchar a Jesús no es lo mismo que asistir a la conferencia de un brillante profesor de Oxford o Harvard. Escuchar a Jesús  es una invitación para seguirlo en su camino de fidelidad al Padre y de servicio a los  hermanos.

 

ü    Los testigos de esta confirmación del ser y la misión de Jesús como Mesías o Ungido de Dios son tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan.  Se trata de una deferencia especialísima, pues les ha permitido verlo en su dimensión divina, la cual no es asequible, al menos por el momento, a los demás seguidores de Jesús.

 

ü     Estos tres discípulos tuvieron una exclusiva experiencia de la divinidad. Ahora bien,  Dios también se manifiesta de mil maneras a quienes cultivan una vida espiritual profunda, y en particular a quienes, en medio de las fatigas de la vida diaria, buscan esos momentos de silencio para encontrarse con Dios.

 

ü     San Ignacio de Loyola, maestro de la vida espiritual, nos exhorta a buscar y hallar a Dios en todas las cosas.  La voz de Dios resuena en nuestro interior y en el mundo que nos rodea; hay que crear las condiciones para poder escucharla.

 

ü     Si leemos atentamente los diversos capítulos de nuestra historia personal, descubriremos la mano amorosa de Dios, quien nos ha ido orientando a través de terceras personas y que se ha ido manifestando a través de los hechos simples de la vida. En general, Dios no actúa de manera espectacular en nuestras vidas,  y el observador atento podrá descubrir las manifestaciones de la Providencia en lo cotidiano; nuestra vida está tejida por mil acontecimientos que, leídos desde la fe, son lugares donde se manifiesta Dios.

 

ü     Los tres discípulos – Pedro, Santiago y Juan – vivieron una singularísima experiencia de Dios en la cima del monte Tabor. Jesús, revelador del Padre, se nos sigue manifestando. Descubramos su rostro en la pareja con la que comparten su vida, en los hijos, en los pobres, en los ancianos, en las víctimas de las diversas formas de violencia. Todos esos seres son lugares privilegiados donde se manifiesta Jesús para invitarnos a seguirlo de manera coherente.