Domingo XX del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

ü     Lecturas:

o       Proverbios  9, 1-6

o       Carta de San Pablo a los Efesios 5, 15-20

o       Juan 6, 51-58

 

ü     La liturgia de este domingo continúa con el “discurso eucarístico”, un hermoso texto en el que Jesús se presenta como el pan vivo bajado del cielo. Ya nos habíamos referido a la primera parte de este discurso o catequesis el domingo anterior; hoy nos referiremos a la segunda parte.

 

ü     Lo primero que nos llama la atención es el realismo de las expresiones  utilizadas: es necesario comer la carne y beber la sangre de Jesús para tener vida. ¿Por qué el evangelista Juan subraya que la carne y la sangre de Jesús son verdadera comida y bebida? Lo hace porque algunas comunidades consideraban la eucaristía como un símbolo. Para la fe que confiesa la Iglesia, el pan y el vino eucarísticos no son un simple símbolo, ya que nos alimentamos realmente con el cuerpo y la sangre del Señor; por eso la Iglesia afirma una presencia real, no meramente simbólica, de Jesús resucitado en la eucaristía.

 

ü     Tal afirmación produjo estupor y escándalo entre sus contemporáneos, quienes se preguntaban “¿cómo puede éste darnos a comer su carne?”

o       Para poder acercarnos al misterio del Hijo de Dios que se hace comida y bebida  hay que recordar que Dios, al determinar que su Hijo asumiera nuestra condición humana, ha querido ponerse a nuestro alcance.

o       En este orden de ideas, vale la pena recordar que el lenguaje de la fe usa verbos que están asociados con los sentidos: oír, gustar, tomar, tocar, comer, beber. Usando una expresión que pudiera sonar blasfema si no hubiera sido confirmada por la encarnación, podemos afirmar que Dios ha querido ponerse a nuestro alcance, y para ello tiene en cuenta los sentidos de los seres humanos.

o       Todas las religiones han dirigido plegarias y han ofrecido sacrificios a la divinidad; en el Cristianismo se establece una relación diferente con Dios, pues su Hijo se nos da como alimento y como bebida, lo cual causa escándalo. Esto supera todo lo que los seres humanos pudieran imaginar acerca de una proximidad con la divinidad. Así lo ha querido Dios.

o       Comer y beber significan asimilarse a Jesús, aceptar y hacer propio el amor expresado en su vida y en su muerte.

o       El éxito está asegurado: el que se asimila al  modelo de humanidad encarnado por Jesús tiene vida definitiva, pues posee el Espíritu de Dios.

o       En Jesús, el Padre adquiere rostro humano y el que es eterno se hace presente en el tiempo; al participar en la eucaristía entramos a compartir  la intimidad del Padre y del Hijo.

 

ü     La participación en la eucaristía debe fortalecer en nosotros dos tipos de relaciones:

o       Por una parte, la relación vertical con Dios a través de la comunión con el cuerpo y la sangre de Jesús.

o       Y, por otra parte, la relación con los hermanos; por eso la misa y la comunión, más que una devoción privada e individualista, son celebración comunitaria  de amor y de fraternidad.

o       El pan compartido alrededor de la mesa del Señor expresa el trabajo humano y la participación solidaria de las penas y alegrías de la vida.

o       Al regresar a nuestras casas después de haber compartido el pan eucarístico nos debemos sentir comprometidos con la superación de las inequidades sociales, pues el pan está mal repartido en la mesa de la creación ya que unos pocos se hartan de comida y acaparan la riqueza, mientras millones de seres humanos padecen hambre.

 

ü    Es hora de terminar nuestra meditación dominical. El lenguaje fuertemente realista utilizado por Jesús en esta parte del “discurso eucarístico” nos habla de la cercanía que él ha querido establecer con nosotros. Al hacerse comida y bebida podemos participar de su vida y tenemos acceso al Padre. Que estas palabras de Jesús nos sirvan para redescubrir la infinita riqueza de la eucaristía, superando la rutina. Que al acercarnos a recibir la hostia consagrada seamos conscientes que  Dios ha querido ponerse a nuestro alcance. ¡Locura de amor que nos llama a su intimidad!