XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6

Autor: Mons. Jorge Palencia Ramírez de Arellano

Vice- Rector y Coordinador General de la Pastoral de Santuario

 

 

Hermanos, hermanas, muy estimados señores diáconos, padres, mis hermanos canónigos del Venerable Cabildo de Guadalupe, podemos comenzar comentando la Palabra de Dios para este domingo con este episodio de la visita de Jesús a su pueblo Nazaret, el cual ha suscitado la famosa frase, de uso universal: “nadie es profeta en su tierra”.  

El episodio del Evangelio de este Domingo nos permite dilucidar, una doble y triste realidad: por un lado, el desconocimiento de Cristo como profeta y por otra parte como los habitantes de Nazaret no se beneficiaron de la acción salvífica de Cristo, como Hijo Unigénito de Dios.  

Ambas realidades pueden resumirse en una sola conclusión: falta de fe, la desconfianza en Dios, que sabemos es devastadora para el ser humano. Podemos encerrarnos en la necedad, en el descalificar todo lo bueno que Dios nos da y así vivir amargamente sumergidos en el pesimismo y en la depresión. Vivir sin fe, sabemos que ha sido el drama del ser humano de todos los tiempos y en época reciente y actual que nos ha conducido a lo absurdo y al caos de la existencia. 

Esta reacción humana de no aceptar la acción de Dios a través de la sencillez, de lo ordinario, de lo común y corriente, encierra al hombre en una vida sin sentido, sin el horizonte de la presencia divina no podemos penetrar esos designios de Dios y nuestras realidades frágiles y humanas nos van encerrando cada día más.  

Casi siempre nos escudamos y encerramos en sólo en poner atención en lo grande, en lo que relumbra, en lo magnificente, en lo presentado con esa envoltura de gran apariencia. Pero precisamente en las lecturas de este domingo no olvidamos que el Plan salvífico de Dios para la humanidad, tiene su origen en la Encarnación de Dios, está fundamentado en la sencillez de esa encarnación en el seno virginal de María Santísima. El nacimiento del Hijo Unigénito de Dios en un establo, no tuvo nada de espectacular. El anuncio del Reino de Dios siempre estuvo apoyado de realidades humanas sencillas, simples, que las tenemos contenidas en pequeños cuentos o parábolas rabínicas a partir de cosas muy sencillas ¿cómo crece una semilla? ¿cómo las acciones humanas de pescar, de barrer, de buscar, de ser un padre o una madre de familia nos llevan al gran misterio de Dios? De esta manera encontramos como Dios siempre se ha valido de lo ordinario, de lo común y corriente, para enraizar ahí su infinito amor, su perdón sin límites, su misericordia. No olvidemos como la Nueva Alianza está sellada con la humanidad y Dios a través de algo muy sencillo esa sangre que brota de Jesús crucificado. Y por otra parte el triunfo magnífico, sobre el mal, la muerte y el pecado, está recubierto de la sencillez y frescura de esa mañana de la Resurrección.  

Hermanos, hermanas, así es el actuar de Dios, así es como lo realiza en nuestras vidas, a cada instante de nuestra existencia, a nosotros nos toca descubrir esa acción omnipotente en la sencillez de nuestras realidades ordinarias. 

Sabemos que nuestra rebeldía ante Dios, y sirva de ejemplo la rebeldía del pueblo de Israel, respecto a los designios a Dios, constantemente se opone a lo que Dios quiere. Jesús nos describe precisamente este drama, muchas veces, en las parábolas, de cómo el ser humano constantemente quiere despedazar hacer desaparecer la acción de Dios, dar la espalda a su amor infinito. Sirva el ejemplo de Jesús cuando Jesús se atribuye las palabras del Profeta Isaías, que hemos cantado antes del Evangelio: “el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres” esa frase causo escándalo. Sus contemporáneos no admitían que la sabiduría de alguien común y corriente, como lo veían a Cristo, con su cercanía, con esa familiaridad no tenía nada que decirles. 

Nosotros ante esta realidad, hermanos, y para servir a esta Palabra de Dios y a este episodio del Evangelio de Dios de este domingo, debemos siempre tener mucha atención en lo que sucede a nuestro alrededor en las manifestaciones de nuestra vida ordinaria y diaria. Cristo muchas veces se nos presenta en la persona de los hermanos más débiles, quizás los más insignificantes, quizás aquellos que para nosotros son nada o que según nosotros decimos tú no sabes nada, yo sí. 

Es muy importante estar abierto a cualquier inspiración del Espíritu Santo y debemos pedirle a Dios ese discernimiento para saber lo que Dios, quiere expresar en el esplendor de la verdad en esta cotidianidad. Podríamos decir, hermanos y hermanas, nos falta humildad. Sabemos que la humildad es el buen camino para descubrir del designio de Dios para amar y respetar a nuestros semejantes. Comenzando por aquellos que comparten nuestra vida, en nuestro barrio, en nuestra colonia, en nuestro pueblo o ciudad, que no son famosos, que no salen en la tele, ni en el periódico, que no son importantes, pero por ellos Dios nos puede hablar. 

Esa humildad que nos hace falta debemos ir a la escuela María Santísima. Ella que supo reconocer el esplendor de la verdad y el amor de Dios con un sencillo hágase “sí” ahí radica en nosotros seguir ese mismo camino. Debemos acercarnos con humildad y sencillez de corazón a lo que Dios nos propone cada día e intentar descubrir en su acción en esta cotidianidad. Sirva, hermanos y hermanas, un ejemplo sencillito para comprender: hoy es día de elecciones en nuestra Patria y quizás nada más limitarnos o pensar en cumplir nuestra responsabilidad cívica de votar. Sin embargo, como cristianos, no debemos nunca olvidar e intentar preguntarnos lo que Dios nos inspirarnos en el momento de votar. De una sencilla acción humana y cívica, Dios se valido y se vale para conformar el futuro político y social de una nación. Por tanto, hermanos, no podemos dar la espalda a nuestras responsabilidades y derechos como ciudadanos. Dios en su infinita sabiduría se valdrá de nuestras decisiones para instaurar con aquello que quizás despreciamos o desconfiamos o consideramos que no es lo correcto para instaurar su Reino de amor, de justicia, de paz, de concordia y de reconciliación. Sabemos como mexicanos que su designio ha estado siempre presente en nuestra historia no por algo lo dice un verso de nuestro himno nacional: “… que por el dedo de Dios escribió”. Sí, hermanos, Dios ha escrito muchas veces en nuestra historia su designio, lo ha escrito de manera portentosa y admirable en el humilde ayate de nuestro hermano san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, ahí está y aquí estamos hoy delante del gran amor, del moreno rostro de nuestra Madre, Santa María de Guadalupe. A Ella, en el cruce de su manto colocamos hoy, aquí, en su santuario el destino histórico, político y social de nuestro querido México, sabedores que Ella siempre escucha nuestras necesidades y a forjado nuestra patria. 

Recordemos en este día tan importante para nosotros sus maternales palabras: ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿qué te apura? ¿qué te aflige? Con humildad digámosle a Ella: Señora, Niña voy a cumplir tu aliento, lo que tú me mandes. 

Que así sea, hermanos.