XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 10:26-33: El valor de la amistad

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

La amistad ha sido siempre uno de los valores más excelsos de la humanidad.  Por citar a alguno de los grandes autores clásicos tenemos el tratado De Amicitia, de Cicerón. Para él “La amistad es un don concedido por los dioses. Después de la sabiduría, no hay cosa más apreciable que la amistad, pues es el sumo consentimiento de las cosas divinas y humanas con amor y benevolencia”.  Un amigo es aquél con quien puedes hablar como contigo mismo, es aquél con quien compartes tus alegrías y desventuras sin jamás sentirte abandonado. El amigo es aquél que permanece cierto en los momentos inciertos.

La historia conserva testimonios heroicos como por ejemplo, la que existió entre Niso y Euríalo, en la Eneida. Unidos en estrecha amistad, juntos se lanzaban siempre a los combates hasta que un día Euríalo se perdió en medio de feroces ataques.  Niso en lugar de huir para salvar su vida, enfrenta al cruel enemigo y desde lejos le grita: “A mí, a mí, yo soy el matador, volved a mí las espadas, oh rótulos, que éste nada ha hecho”.  Con grandísimo valor se entregó a la muerte por haber querido demasiado a su infeliz amigo.

Cristo también nos enseña el significado que la amistad tiene en el evangelio: “nadie tiene más amor por su prójimo, que aquél que está dispuesto a entregar su vida por el amado”.   Lo que jamás imaginaron los apóstoles es que Él daría su vida de una forma cruenta por el perdón de los pecados, de aquellos que lo reconozcan como tal.  Esta es la gran interrogativa que Cristo nos plantea: ¿soy realmente amigo de Cristo? Y el canon que nos proporciona para medir nuestra amistad lo aclara a renglón seguido: “Mi amigo es aquel que me reconoce con su vida y sus palabras delante de los hombres y no se avergüenza de mí”. Cristo promete a sus amigos que El los reconocerá ante su Padre celestial.  Pero a los que renieguen, vivan y hablen contra Jesús, El no sabrá reconocer ante su Padre celestial.

El entonces Cardenal Ratzinger en la misa por la elección del Romano Pontífice nos iluminaba sobre la necesidad de guardar una coherencia de la fe en relación a Cristo. Nos invitaba a tener una postura bien clara y definida frente a la fe, pues hoy en día quien tiene una fe clara es etiquetado con frecuencia como fundamentalista. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina parece ser la actitud de moda. Se va construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas.