XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6:
No mata, pero envenena

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

“La envidia no mata, pero envenena”. La envidia es una lamentable herencia del pecado que nos lleva a sentir tristeza por el bien del prójimo y gusto ante su desgracia. De la envidia nace el odio, la maledicencia, la calumnia, la diabólica satisfacción causada por la ruina ajena y la desazón ante su prosperidad.  La envidia no respeta edades ni ambientes,  puede arraigar entre hermanos, amigos, compañeros de trabajo, o incluso ante personas que viven lejos de nosotros y que sólo conocemos por televisión, como los deportistas. ¿Por qué goza la afición ante la derrota de equipos que antaño triunfaron como sucede con el Real Madrid? La envidia va dictando las preferencias deportivas, políticas, culturales. “Que a todos nos lleve la tristeza para poder estar entonces satisfechos”, para ser el criterio que aplica la gente.

 

La historia está llena de conflictos nacidos del rencor. ¡Qué mal le cayó a Saúl la victoria de David sobre el gigante Goliat! El pueblo coreaba a una voz: “Saúl mató a mil, David a diez mil! (I Sam. 18,7) Desde entonces le cogió tal ojeriza a David que llegó a procurarle la muerte. Por envidia Caín se deshizo de Abel y quedó como icono del fratricidio.

 

En la mitología griega encontramos que del primer concurso de belleza se siguieron innumerables guerras y muertes causadas por los celos. Entre las tres diosas más hermosas: Afrodita, Hera y Palas Atenea, Paris tenía que elegir a la más bella.  La ganadora resultó Afrodita (Venus para los latinos) y la celosa Hera, herida y ofendida, alimentó un odio hacia los troyanos que no se apaciguó hasta ver a la ciudad convertida en ruinas.

 

Envidia fue lo que sintieron los conciudadanos de Jesús cuando regresó a su casa después de haber realizado milagros y signos portentosos en otras aldeas de Palestina. En lugar de felicitarlo y recibirlo como a un héroe, se preguntaban admirados: ¿No es este Jesús, el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder? Y estaban desconcertados. (Mc. 6,1-6)  El Mesías tenía que venir de fuera para ser legítimo, esperaban alguien extraordinario para ser creíble. A lo mejor nos pasa lo mismo con relación a la Iglesia que esperamos no sé qué de especial y nos cerramos a la acción de la gracias que nos llega por medio de los sacramentos. Da mucha pena las palabras con las que concluye este episodio: “Y no pudo hacer allí ningún milagro por culpa de su incredulidad”.