XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12, 38-44: La mujer de Belén

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

Escribo desde Jerusalén el comentario al evangelio de la viuda pobre que echó de limosna dos moneditas de poco valor, pero necesarias para seguir viviendo. Los ricos daban de lo que les sobraba. ¿Quién de ellos dio más? “Yo les aseguro que esa pobre viuda porque en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir”. (Mc. 12, 44)

Jerusalén, nombre que en hebreo significa ciudad de la paz; y sin embargo, paradójicamente ninguna otra ciudad en el mundo ha sufrido las consecuencias de la guerra y del odio. ¡Asediada más de 50 veces, conquistada en 26 ocasiones, destruida 18 veces! Ciudad que es sueño para judíos, musulmanes y cristianos, ciudad tres veces santa. En ninguna otra ciudad del mundo hay un punto de intersección tan grande entre el cristianismo, el judaísmo y el Islam. Para los musulmanes, es la ciudad desde donde el profeta Mahoma fue llevado al cielo por Alá. Para los judíos, es la ciudad de David, del Templo Santo, morada de Dios por excelencia. Para los cristianos, la ciudad en donde Jesús realizó nuestra redención y con su resurrección venció la muerte y nos abrió el camino hacia el cielo.

Aquí los cristianos somos una penosa minoría. Si no hubiera sido por la benemérita obra de los franciscanos, los cristianos no tendríamos acceso a ninguno de los santos lugares conquistados por los musulmanes. Gracias a que san Francisco de Asís se supo ganar la simpatía del sultán con su bondad y humildad, se logró establecer una reducida comunidad de frailes que a lo largo de ochocientos años han ido adquiriendo los lugares santos de nuestra fe. ¡Por lo que significan estos santos lugares han muerto más de 3000 mártires! Y pensar que hay cristianos que ni siquiera van a misa los domingos. Me impresionó estar en Belén, el lugar donde nació el Niño Dios, ciudad amurallada por el estado Israelí para impedir el ingreso de los palestinos. Aquí sólo quedan 10,000 cristianos palestinos, el resto son musulmanes. Viven de las artesanías y de las limosnas que les ofrecen los peregrinos. Viven prácticamente en una cárcel abierta, pero no se van porque la cueva de Belén dejaría de pertenecer a los cristianos. Y pensar que hay cristianos que no les interesa conocer su fe, ayudar a la Iglesia, realizar ninguna obra de misericordia. En Belén hablé con Amal Al-Bandak, madre de tres hijas que por amor a los santos lugares sigue viviendo en esta tierra santa. ¡Qué abismo separa a los cristianos auténticos, de los cristianos de nombre! Unos están dando su vida por la fe y los otros son indiferentes a ella, su indolencia raya con la apostasía. Mientras unos se sacrifican, otros no son capaces ni siquiera de dar de lo que les sobra.