III Domingo de Adviento, Ciclo A
San Mateo 11, 2-11: Las crisis de fe 

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Juan el Bautista, estando encarcelado por culpa de Herodía, escucha y sigue con atención todo lo que Jesús va realizando y tal parece que entra en una profunda crisis de fe acerca de si sería él el Mesías o debía esperar a otro. (Mt. 11,3) El precursor aparece dudando. El que saltó de júbilo en el seno materno tan pronto como su madre, santa Isabel, recibió la visita de la Virgen María que estaba encinta, se confunde. ¿Cómo es posible que aquél que vio al Espíritu Santo descender en forma de paloma sobre Jesús en el río Jordán el día de su bautizo flaquee en su fe? El que supo señalar a Cristo entre los hombres como el Cordero de Dios, ahora se cuestiona si no estaría equivocado. 

La crisis de fe le viene estando en la cárcel, sufriendo la injusticia, la pena moral, los malos tratos, el hambre y la humillación. Si su primo es el Mesías, ¿por qué no realiza un milagro y lo saca del problema utilizando sus poderes? ¿Será realmente el Hijo de Dios? Si san Juan Bautista padeció la prueba de la fe como también la madre Teresa de Calcuta y otros tantos santos, significa que la prueba es algo necesario para conocer realmente a Dios que trasciende nuestros esquemas mentales. 

El dolor y el sufrimiento no vienen solos, llegan acompañados de preguntas existenciales que nos colocan desnudos frente al sentido de nuestra vida, de lo que hemos hecho y por lo que hemos trabajado. ¿Qué sentido tiene todo? ¿Cuáles son las cosas esenciales? Las crisis en sí mismas no son malas, aunque nos hagan sufrir. La crisis es como el crisol que nos purifica de las escorias del egoísmo, de la soberbia, de las seguridades que sutilmente se van instalando en nuestro interior. Todo crecimiento duele, pero es para nuestro bien. Por eso es que no debemos temer las caídas, los fracasos y los problemas, porque son excelentes oportunidades para madurar. Después de la noche, llega el nuevo día, y para aquellos que han sabido ser fieles, resulta maravilloso. 

Jesús pudo rescatar a su primo de la cárcel y por ende, salvarle la vida, pero no lo hizo porque no era lo que más le convenía. Juan ya había cumplido su misión con altura y había superado las pruebas con heroísmo. Ahora sólo le quedaba, “al mayor de entre los hombres nacidos de mujer “(Mt. 11,11) recibir la corona de la vida que el justo juez le tenía reservada. Dios sabe lo que mejor nos conviene y a nosotros lo único que nos pide es que confiemos en El. ¡Ánimo, yo he vencido al mundo! (Jn. 16,33)