Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Juan 6, 51-58: Corpus Christi

Autor: Mons. José María Arancedo

 

 

1 - Nuestra mirada de fe se dirige hoy agradecida al Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En ella descubrimos el amor de Dios que se ha hecho por nosotros: presencia real, vínculo de comunión y envío misionero. La admiración y devoción de la fe se expresan en el silencio de la adoración, como en el gozo de saber que Dios se ha hecho historia y alimento para nuestras vidas. Silencio y júbilo son las dos actitudes que conviven en esta mirada de fe frente a la Eucaristía. La Sagrada Liturgia es la que nos enseña, desde la multiplicidad de sus expresiones, la riqueza de este misterio que contemplamos, adoramos y anunciamos.

2 - La Eucaristía es para nosotros presencia real del Señor. La fe no se alimenta de una idea o de un proyecto, sino de una presencia. Este realismo de la encarnación, Dios se ha hecho hombre, es el que se prolonga sacramentalmente en la Eucaristía. Así lo ha instituido el mismo Jesucristo. El realismo del “tomen y coman, esto es mi Cuerpo” de la última Cena, que nos trasmitieron los apóstoles, es lo que recibimos y celebramos. Nuestra fe se dirige a un Dios que se ha revelado en su Hijo y nos ha dejado en la Eucaristía su presencia real como signo de amor. En este sacramento se hace vida y alimento aquel  “quédate con nosotros, Señor”, de los discípulos de Emaús. (Jn

3 - La Eucaristía es, además, vínculo de comunión. Dios es amor. Dios es comunión. Esta verdad del ser íntimo de Dios es lo que Jesucristo nos revela y lo hace oración por nosotros: “como tú Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno” (Jn. 17, 21). La Eucaristía nos hace participar en este movimiento de comunión que nace en la vida de Dios. Participamos de su misma naturaleza, pero lo hacemos desde la fragilidad de nuestra condición humana. Esto nos habla de la necesidad creciente de un camino eucarístico. Ella es encuentro con Cristo y requiere de nuestra libertad y compromiso para crecer como miembros vivos de su Cuerpo. Cuánto amor y cuánta espera de Dios por el hombre, por mí.  

4 - “Una Iglesia eucarística es una Iglesia misionera”, es el lema que hoy nos ha convocado. La Misión no es algo circunstancial en la vida de la Iglesia, sino un tema central. No puede haber reflexión teológica que no tenga como horizonte vinculante el tema de la Misión. El silencio de Dios se hizo Palabra primero en la Creación y luego en la Redención. Tanto amó Dios a este mundo que había creado, que le envió a su propio Hijo como Redentor. Para esto he venido nos dirá el Señor, para que el mundo (que es obra de mi Padre) tenga vida (cfr. Jn. 10, 10). Esta clara conciencia misionera es parte de la misma Revelación que en palabras del apóstol nos dice: “Ay de mí si no evangelizare”.

5 – La Misión ha adquirido para nosotros el desafío de un camino pastoral que hemos asumido con la convocatoria a la “Misión Arquidiocesana en la Zona Oeste de nuestra ciudad”. Doy gracias a Dios por los frutos y testimonios que vamos percibiendo. Ella es parte de ese llamado que nos hiciera la V° Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, junto a la confirmación y envío del Santo Padre. Es inicio de un camino de Misión Permanente. No se trata de una pastoral de eventos aislados que pasan, sino de una actitud permanente que tendrá sus momentos fuertes, pero que no termina.

6 – Recordemos que somos como Iglesia “depositarios y servidores” de esta Palabra de salvación que Dios ha dicho al mundo en su Hijo (cfr. EN 78). Él es nuestra única riqueza, a la que sólo descubrimos y amamos desde una actitud de discípulos; ello implica una experiencia de intimidad religiosa que nos permita decirle a Jesús como Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? (Jn. 6, 68), para luego agregar: “Señor, Tú sabes que te amo” (Jn. 21, 16). De este encuentro personal con Cristo nace el discipulado y el espíritu misionero en la Iglesia, que son signos de su vitalidad. Una Iglesia misionera es la que vive el gozo de sentirse enviada para ponerse en camino y anunciar a todos los hombres:  “lo que hemos visto y oído para que ustedes vivan en comunión con nosotros” (1 Jn. 1, 3).

7 - “Comunión y Misión” son dos realidades que “están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión (Ch L. 32). Todo este movimiento que nace en el amor Dios y tiene por meta el corazón de los hombres, necesita de una Iglesia que crezca en santidad de vida y se exprese en la comunión de sus miembros. La Eucaristía es: “el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. (En ella), Jesús nos atrae hacía sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo” (Ap. 251).

8 -  Por ello, la vida de fe peligra, nos dice el Santo Padre, “cuando ya no se siente el deseo de participar en la Celebración eucarística, en que se hace memoria de la victoria pascual” (S.C 73). Cuando Aparecida nos habla del “Itinerario Formativo de los Discípulos Misioneros” (cap. VI), pone de relieve la tarea de conducir, mediante la iniciación cristiana, a la incorporación plena en la comunidad, cuya fuente y cumbre es la celebración eucarística. En este sentido, promover la “pastoral del domingo”, como expresión de nuestra fe y pertenencia eclesial, es una tarea que debemos asumir en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia.

9 – Qué importante que volvamos a recobrar, además, el domingo como día al servicio del hombre en toda su dimensión humana y cultural. Ha habido un avance economicista en la sociedad que ha deteriorado la vida del hombre y la familia tanto a nivel personal como social. Esperamos con gran interés, nos instaba el Papa: “a que la sociedad civil lo reconozca también así, (al domingo) a fin de que sea posible liberarse de las actividades laborales sin sufrir por ello perjuicio alguno” (S C 74). Recuperar el sentido del domingo como día no laborable, es un valor al servicio del bien cultural y espiritual del hombre. No se trata de un tema exclusivamente religioso sino humano, y debería ser reflexionado y asumido con responsabilidad empresarial y sabiduría política.

10 – Queridos hermanos, este año junto a toda la Iglesia iniciaremos el Año Jubilar del Apóstol San Pablo con ocasión de celebrar el bimilenario de su nacimiento, que abarcará de su Fiesta el 29 de Junio de este año al 29 de Junio de 2009. La realidad de la Misión Arquidiocesana creo que es el mejor marco para iniciar y vivir su celebración. Constituiré, para ello, Dios mediante, una Comisión que nos ayude a conocer la riqueza de su pensamiento, nos permita fortalecer los vínculos eclesiales de comunión y nos aliente en el compromiso misionero de nuestra fe. Que este Año Jubilar sea, Señor, una gracia de renovación espiritual para todos los fieles, en sus diversas comunidades parroquiales, religiosas y educativas, como en sus instituciones y movimientos apostólicos.

Alabado sea en el Santísimo Sacramento del altar

Sea por siempre bendito y alabado. 

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz