Reflexiones Bíblicas
San Marcos 10,1-12
Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba. Se acercaron unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?" Él les replicó: "¿Qué os ha mandodo Moisés?" Contestaron: "Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio." Jesús les dijo: "Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandorá el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre."

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: "Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio."

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Los fariseos que se acercan a Jesús pretenden tentarlo (cf. 1,13: de Satanás; 8,11.33), es decir, ponerlo a prueba. Se debatía mucho en las escuelas rabínicas cuáles eran los motivos que justificaban el repudio, que estaba permitido por la Ley. Ahora quieren ver hasta qué punto lo acepta Jesús. El repudio significaba que el hombre podía despedir a su mujer por algún motivo, sin más explicación. Expresaba la superioridad del hombre y su dominio sobre la mujer y reflejaba, en la esfera doméstica, la opresión ejercida en todos los niveles de la sociedad judía.

Jesús les pregunta sobre el fundamento de su postura. Cuando citan a Moisés, Jesús no se intimida: les declara abiertamente que, al dar ese precepto cediendo a la obstinación y dureza del pueblo, Moisés fue infiel a Dios y frustró el designio divino.

El ideal del matrimonio está basado en el proyecto creador de Dios: un amor superior al de los padres realiza una identificación que excluye el dominio (serán los dos un solo ser). Contra toda la mentalidad y praxis de la cultura judía, Jesús afirma claramente la igualdad del hombre y de la mujer. No valen leyes humanas que destruyan esa igualdad querida por Dios. La mera decisión unilateral de un cónyuge no basta para anular el vínculo creado en la pareja (lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe).

De nuevo está Jesús en la casa/comunidad, y allí se vuelve a hacer patente la incomprensión de los discípulos (cf. 7,17; 9,28), quienes no pueden entender que se hable de igualdad entre el hombre y la mujer. Participan de la dureza y obstinación que ha reprochado Jesús a los fariseos y al pueblo.

Jesús reafirma la igualdad mencionando las dos posibilidades contrarias: ni el hombre puede tomar esa decisión por su cuenta ni tampoco la mujer. Este último caso era inconcebible en la sociedad judía, aunque sí se daba en la sociedad romana.