Reflexiones Bíblicas
San Mateo 9, 18-26Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
San Mateo 9, 18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló
ante él y le dijo: "Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la
cabeza, y vivirá". Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que
sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó
el borde del manto, pensando que, con sólo tocarle el manto, se curaría. Jesús
se volvió, y al verla le dijo: "¡Animo, hija! Tu fe te ha curado. Y en aquel
momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la
gente, dijo: "¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida". Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió la niña de la mano, y ella se puso en
pie. La noticia se divulgó por aquella comarca.
COMENTARIOS
La fórmula inicial «mientras Jesús les hablaba» indica la unión temática entre
esta perícopa y la anterior. El personaje o jefe que llega manifiesta una fe en
la acción de Jesús comparable a la del centurión (8,5-13). La situación es
semejante, pero su caso es más grave: la hija acaba de morir. Jesús no responde
palabra, simplemente se levanta y lo sigue con sus discípulos.
Una mujer enferma se mezcla al grupo de discípulos que sigue a Jesús. Padece una
enfermedad (flujos de sangre) que la hace impura. La Ley le prohibía
terminantemente tocar a cualquier persona, para no comunicar su impureza. El
número «doce», aplicado a los años de su enfermedad, es una clara alusión a
Israel. La mujer enferma representa al pueblo, cuya única posibilidad de
curación se encuentra en renunciar a la Ley que le impide el contacto con Jesús.
Con su doctrina y acción universalista, por su contacto con los «pecadores»
(9,10-13), Jesús se ha salido de la ortodoxia de Israel. Técnicamente, Jesús
sería el «impuro», pero, realmente, el «impuro», es decir, el que no tiene
acceso a Dios, presente en Jesús (1,25), es Israel. Para encontrar salvación ha
de darle su adhesión y mostrarle su confianza renunciando al exclusivismo y
separación que le impone la Ley.
La fe de la mujer es comparable a la del jefe; su certeza de curación es total.
En ambos casos, Israel ve que su única salvación está en Jesús. El vestido
equivale a la persona. Jesús había curado con su contacto al leproso (8,3) y a
la suegra de Pedro (8,15). La unión de estas dos figuras muestra de nuevo que la
enfermedad de esta mujer es, como en 8,15, el nacionalismo exclusivista y éste
es el que causa su impureza (8,3).
Jesús se dirige a ella como antes al paralítico (22; cf. 9,2), figura de todo
hombre: « ¡Animo! » Como a aquél lo llamó «hijo», a ésta la llama «hija». Israel
reconoce su situación de pecado. La frase «tu fe te ha salvado/curado» incluye
la liberación afirmada por Jesús para el paralítico (9,2).
El término «hija», que se aplica figuradamente al pueblo personificado en su
capital (Zac 2,11 LXX; 9,9), pone a esta mujer en relación con «la hija» del
jefe. Ambas son figuras de Israel; la primera describe la causa de su mal, su
exclusivismo; la segunda, simboliza que ese mal lleva al pueblo a la ruina
definitiva, a la muerte. El «padre / jefe» ha sido incapaz de mantenerla en
vida. Para Jesús, sin embargo, esa muerte no es necesariamente definitiva.
Utiliza para designar a la hija el término «muchacha» o «mocita» (korasion), que
designa a la jovencita apta ya para el matrimonio. Con esa denominación Jesús la
hace pasar de la situación dependiente (18: «mi hija») a la de independencia
(24.25: «muchacha»). En su nueva condición puede volver a la vida por el
contacto con Jesús. Ahí está la única esperanza para Israel; se requiere el
acercamiento de Israel a Jesús (mujer con flujos), renunciando a su sometimiento
a la Ley, que le impide hacerlo.
Hay una multitud que se ríe de la esperanza que abre Jesús. Israel vuelve a la
vida como futura esposa («muchacha»). Jesús es «el esposo» (9,15) a quien está
destinada y que le ofrece su alianza (26,28). La fama de Jesús se extiende.