Reflexiones Bíblicas
San Mateo 10, 34-11, 1Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "No penséis que he venido a la
tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a
enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su
suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge
su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el
que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe
a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un
profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo
porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que
un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo,
no perderá su paga, os lo aseguro".
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí
para enseñar y predicar en sus ciudades.
COMENTARIOS
Asistimos hoy a una feroz crítica del profeta Isaías de parte de Dios al culto
vacío del pueblo de Israel, que pretendía honrarlo y dejaba afuera elementos
importantes referidos a la coherencia en justicia, especialmente con los más
débiles y oprimidos. Un culto o celebración que pretenda exaltar a Dios ha de
darse primero en el acontecimiento cotidiano, tejerse desde los esfuerzos por
transformar las realidades de hambre y exclusión en realidades de justicia,
compromiso y caridad. De lo contrario, será un culto que busque exaltar al ser
humano y no a Dios.
Así mismo, Jesús nos advierte de la gran contradicción que representa seguirle y
que se sintetiza en la expresión: "¡No he venido a traer paz a la tierra, sino
espada!". Seguir a Jesús implica hacer una opción radical de seguimiento
comprometida con la edificación del reino de Dios en nuestras realidades
temporales, lo que conlleva ruptura y separación con aquellas realidades que en
un momento determinado significaron algo vital para nosotros. Jesús es la
encarnación de la voluntad del Padre, y quien acepta a Jesús acepta la voluntad
que irrumpe con tal fuerza que le lleva a emprender caminos renovados de
justicia y compromiso con el ser humano hoy en día.