Reflexiones Bíblicas
San Mateo 12, 14-21

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

En aquel tiempo, los fariseos, al salir, planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos le siguieron. El los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: "Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones".

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A pesar de la persecución que experimentó, Jesús continúa en el cumplimiento del encargo dado por su Padre, y por tanto se presenta como el derecho y la justicia de Dios a las naciones, encarnando la persona del mesías sufriente, la que era contraria a la esperada por la visión política y militar que concebían grupos religiosos como el de los fariseos.

Enterado del propósito de sus adversarios, Jesús se retira. Muchos lo siguen. Presta ayuda a todo el que lo necesita, y, según este pasaje, todo hombre necesita ayuda.

Su empresa no se realizará, pues, con las armas o con la fuerza, sino con un nuevo estilo, el del Espíritu: suavidad y mansedumbre (cf. 11,29) con lo débil y vacilante. Lo que está para extinguirse no acabará de apagarlo. La justicia no se implanta arrollando lo débil. Su ayuda consiste en curar, enderezar, hacer revivir. Este es el modo como el derecho predicado por Él a las naciones penetrará y llegará a la victoria. Este derecho es designio de Dios; Dios no quiere al hombre para sí, sino para la humanidad (12,7); el derecho que Jesús propugna coincide con las relaciones ideales entre los hombres. La aspiración universal por una sociedad justa encontrará su fundada esperanza en este Mesías.

Mt describe en este pasaje su idea del Mesías. Es aquel que, gracias a la abolición de la Ley mosaica, que paraliza al hombre y crea el obstáculo entre Israel y los demás pueblos, llega a establecer una humanidad justa. Esto se hace por la fuerza del Espíritu que en Él habita y actúa. No será el Mesías un ambicioso que busca el litigio y usando la fuerza se disputa con otros el poder ni que pretenda apoyarse en la popularidad con las masas (19); su labor será paciente y buscará promover el bien de los débiles, sin perder nunca la esperanza (20). Su camino será el del amor desinteresado que cura y ayuda al hombre. La descripción de Mt, respuesta a la tercera tentación, previene a los discípulos sobre cómo han de promover también ellos el reinado de Dios (cf. 6,10.13).