Reflexiones Bíblicas
San Mateo 13, 1-9Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
Aquel día, salió Jesús de casa
y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una
barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un
poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la
tierra no era profunda, brotó de seguida; pero, en cuanto salió el sol, se
abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros,
treinta.
El que tenga oídos que oiga."
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La parábola es como un juego entre el narrador y el oyente, entre el autor y el
lector. En cuanto tal es abierta y puede ser comprendida por todos. Pero no es
un juego inocente. Se produce necesariamente en un contexto vital, y esto le
confiere un carácter crítico y subversivo. Hay una especie de juego sordo entre
el narrador y el oyente en el que cada uno se sitúa en su propia vida y
circunstancias, sintiéndose constantemente aludido. El que oye la parábola se
siente interpelado, no puede permanecer indiferente, se adhiere a ella o la
rechaza, pues la parábola toca las fibras más íntimas de su ser.
Una vez oída, la parábola necesita ser explicada. El oyente, al entrar en el
mundo de la ficción narrativa, se introduce en una nueva comprensión de sí mismo,
de su vida, de sus circunstancias y de su mundo habitual, y arroja nueva luz
sobre su yo. Si el que narra una parábola ha tenido que realizar una
transposición entre el mundo real y el de la ficción literaria
-"el Reino de los cielos se parece a un sembrador"- quien la oye tiene que hacer
realidad la ficción y vivir de acuerdo con lo narrado.
Veamos como ejemplo la parábola del sembrador. Jesús la pronuncia cuando su vida
pública de predicador itinerante está a mitad de camino y ha comenzado un
período de crisis. Tras los éxitos y triunfos iniciales, se le han ido poniendo
las cosas difíciles. Los jefes religiosos le han declarado la guerra; los
fariseos lo consideran un aliado de Satanás y "planean el modo de acabar con él".
El pueblo está a la espectativa sin darle plenamente su adhesión. Incluso ha
tenido serios problemas con su familia y sus paisanos: "Sólo en su tierra y en
su casa desprecian a un profeta". Un puñado insignificante de discípulos
permanece a su lado, sin entender del todo las cosas de su Maestro.
Casi toda la semilla de Evangelio, sembrada por Jesús, ha caído en terreno
baldío. ¿Todo ha sido un fracaso? Sus enemigos se ríen, la gente se decepciona.
Y Jesús sale al paso con la parábola. Cuatro de los seis versículos que tiene
describen el fracaso re~ de la semilla. En todos los casos hay un rasgo común:
un elemento destructor que impide o aniquila la germinación incipiente: los
pájaros, el sol, las piedras, las espinas. Sólo una parte del terreno sembrado
acepta la semilla. En esta, los resultados superan lo inesperado: cada grano
produce cien, sesenta o treinta. Un fruto de ilusión.
La parábola se convierte así en un canto a la esperanza: no nos vencerán quienes
ponen resistencia al Evangelio. El fracaso aparente del cristiano-sembrador
entra en el programa. Más aún, es semilla fecundidad. Sentir y sufrir la
resistencia, la contrariedad y la oposición se convierte paradójicamente en
camino de eficacia y fecundidad.
Como el sembrador, el Reino de Dios no se instaurará en el mundo sino a través
de numerosos e impresionantes fracasos. Esto es lo que ni los fariseos ni las
turbas- ni siquiera nosotros, cristianos del siglo veinte- podemos comprender.
Nos gustaría el éxito, el triunfo arrollador y casi categórico del Evangelio en
medio de nuestro mundo. Nos duele y nos desmoraliza demasiado la resistencia y
la oposición. Nos cansamos, nos desilusionamos.
También Jesús pasó por ahí. Y aquel día, en lugar de tirar la toalla, se puso a
soñar y contó la parábola del sembrador, que siembra cosecha de fecundidad con
semilla de esperanza. Una parábola para tiempos de crisis. La palabra de Dios, y
en concreto el mensaje de Jesús, no echa raíces en cualquier sitio. Como una
semilla cualquiera, necesita que la tierra en la que cae esté preparada para
recibirla. Si no es así. la semilla se perderá y la tierra quedará infecunda.