Reflexiones Bíblicas
San Lucas 4, 31-37

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

 

Evangelio: 

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de la Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios". Jesús le intimó: "¡Cierra la boca y sal!" El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: "¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen". Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

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Jesús continúa su enseñanza en un espacio más ventilado, donde se entrecruzan toda clase de ideologías y de intereses. Cafarnaún es un mundo en pequeño. Sigue frecuentando la sinagoga, con el fin de encontrar público a quien proclamar la buena noticia. Pero su enseñanza no es como la de los letrados, funcionarios de la palabra de Dios, a quienes no les va ni les viene nada. «Quedaban impresionados por su enseñanza, porque hablaba con autoridad» (4,32). Habla por propia experiencia y con convicción; cree en lo que dice, y lo dice con fuerza, de tal manera que libera a quien lo escucha.

El espíritu de la sinagoga se pone en guardia. Están alarmados, porque la gente se les va detrás de Jesús. Este espíritu malo se encarna de alguna manera en un individuo: «Había en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu, un demonio inmundo» (4,33).

Un endemoniado es un hombre poseído por una ideología que le enajena completamente la libertad y lo hace hablar como instrumento de otro. Este personaje, enmarcado por el escenario sinagogal, representa una parte del público, que se alarma ante el mesianismo que Jesús pretende exponer. Habla en plural: « ¡Deja! ¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?» Tienen miedo de que el patriotismo nacionalista pierda terreno. Recuerda a Jesús su origen y tradición familiar. Si continúa hablando así, hará fracasar la liberación de Israel. «Sé quién eres tú, el Consagrado por Dios» (4,34), añade. Está bien enterado de que es el Mesías. Lo sabe por los de Nazaret, donde Jesús se presentó como el Ungido por Dios.

Pero este Mesías no se corresponde con las nobles y bien justificadas expectativas nacionalistas que recurren a la violencia para sacudirse el yugo que los violenta. De hecho, no hay otra manera de liberarse de las tropas de ocupación que la guerra santa.

Jesús no se deja instrumentalizar. Libera con un conjuro al hombre poseído por aquella ideología de muerte y le devuelve su condición de hombre libre, que piensa por si mismo. Este no es, de ninguna manera, un caso aislado. La gente no para de preguntarse: «¿Qué modo de hablar es éste, que con autoridad y fuerza da órdenes a los espíritus inmundos y salen?» (4,36). Es palabra que crea espacios de libertad, es palabra que al mismo tiempo que es pronunciada actúa y libera, es la Palabra ungida con el Espíritu creador de Dios que continúa el proceso de humanización del hombre en medio de tantos arribistas que se arrogan el poder de Dios en beneficio de sus intereses mezquinos. La noticia se esparce por todos los rincones de la comarca.