Reflexiones Bíblicas
San Lucas 5, 33-39Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
Evangelio:
En aquel tiempo dijeron a Jesús los fariseos y los letrados: "Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber". Jesús les contestó: "¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán".Y añadió esta comparación: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo, porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: Está bueno el añejo".
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Los discípulos de Jesús se comportan de
una manera anómala con respecto a los otros grupos religiosos: no tienen ninguna
regla de la comunidad, no cumplen con los rezos prescritos ni ayunan; no llevan,
en una palabra, una vida ascética como sería de esperar de un nuevo movimiento
religioso. Jesús es el responsable de este desenfreno: «¡a comer y a beber!»
(5,33).
La respuesta de Jesús rompe todos los esquemas -los de entonces y los de los
movimientos religiosos modernos-: concibe el reino de Dios como unas bodas
orientales que nunca se acaban; él es el novio y los discípulos los amigos del
esposo:
«¿Acaso podéis hacer que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con
ellos?», es decir, mientras dura la boda. «Llegarán días en que les arrebaten al
novio» -precisamente los mismos que ahora le hacen el reproche arrebatarán
violentamente al novio para darle muerte; «entonces, aquellos días -y sólo
aquellos días-, ayunarán», los «tres días», símbolo de una totalidad, en la que
Jesús estuvo muerto (5,34-35).
El ayuno, como las otras prácticas ascéticas, es un signo de muerte y no de
vida. Jesús no concibe el reino como una funeraria, ni tampoco a Dios como un
Dios de muertos y panteones. Solamente, como signo de duelo y de respeto, los
días en que los portadores de muerte se lleven al novio, porque les molesta que
cree tanta vida y alegría entre los suyos, entonces, en aquellos días precisos
-y si se quiere, cuando se haga memoria de ello una vez al año, ayunarán... por
culpa de ellos.
La parábola que añade Jesús, construida como de costumbre a partir de
experiencias de la vida cotidiana, tanto de la mujer (manto viejo/pieza nueva)
como del hombre (odres viejos/vino nuevo), muestra que hay un abismo entre las
prácticas religiosas de la antigua alianza y las que debería evidenciar la nueva
Alianza que inaugura Jesús. De hecho, en muchísimos aspectos estamos todavía en
el Antiguo Testamento. Y es que la fuerza de la costumbre -también hoy- nos hace
rechazar el cambio: «Pero nadie, acostumbrado alvino de siempre, quiere uno
nuevo, porque dice: "Bueno está el de siempre"» (5,39).
La novedad del reino comporta el riesgo de vivir una nueva experiencia, la de
hacer las cosas contando con la fuerza del Espíritu, el Vino nuevo. Quien
intenta mezclarlo con prácticas, ritos, renuncias, mortificaciones y otras
formas comunes a todas las religiones no hace otra cosa que poner un pedazo
nuevo en un vestido viejo recortando retales del manto nuevo..., aunque esté de
moda. El que esto hace se queda en cueros, «porque el nuevo quedará cortado y al
viejo la pieza no le irá bien».