Reflexiones Bíblicas
San Lucas 4,14-22a

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

 

Evangelio: 

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor." Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír." Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.

COMENTARIOS

La escena tiene lugar en la sinagoga de Nazaret, bastión del nacionalismo más exaltado, merced a su complicada orografía, que favorecía la resistencia armada contra las tropas de ocupación. Jesús regresa a su pueblo con la aureola de predicador y taumaturgo de que viene rodeado por su actividad en Cafarnaún (cf. 4,23). Jesús tiene por costumbre acudir a la sinagoga el sábado, para enseñar y encontrarse con el pueblo (4,15). En Nazaret, sin embargo, proclama el cambio total que se ha producido en su vida después de la gran experiencia de Dios que ha tenido en el Jordán. Jesús tiene ahora plena conciencia de ser el Mesías que ha de inaugurar el reinado definitivo de Dios en la historia de la humanidad. Pero sabe muy bien que su mesianismo no comulga con el triunfalismo que lo rodea. Las tentaciones del desierto han servido para clarificar este concepto.

El ambiente de la sinagoga es de suma expectación. Pretende que Jesús se pronuncie públicamente a favor de la causa nacionalista y que se ponga del lado de los fanáticos. Jesús es quien toma la iniciativa de levantarse para tener la lectura. El responsable de la sinagoga pone en sus manos el rollo del profeta Isaías, que contenía ciertas profecías mesiánicas que todos se sabían de memoria. Jesús abre el volumen en el pasaje preciso (4,17: «dio», después de buscarlo, «con el pasaje donde estaba escrito») donde se habla sin ambages del cambio histórico que el Mesías debía llevar a cabo a favor de Israel y contra las naciones paganas que lo oprimen. Lee en voz alta este pasaje, pero interrumpe la lectura al final del primer hemistiquio de un verso, silenciando el otro hemistiquio que todos esperaban. El texto de Isaías (61,ls) decía:

«El Espíritu del Señor descansa sobre mí,

/ porque él me ha ungido...

para proclamar el año favorable del Señor

/ y el día del desquite (de Dios).»

Jesús proclama que la profecía se acaba de cumplir en su persona (4,21: «Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado») y centra su homilía en la inauguración del Año Santo por excelencia, «El año favorable del Señor», pero omite cualquier referencia al desquite y castigo contra el Imperio romano opresor. De ahí que «todos estaban extrañados de que mencionase tan sólo las palabras sobre la gracia» (4,22a).

Los traductores y los comentaristas de Lucas andan de cabeza acerca de la interpretación de la expresión griega lucana, a causa de su ambivalencia. En efecto, el verbo «dar testimonio», se puede construir, en griego, de dos maneras, con dativo favorable o desfavorable. Generalmente se interpreta que «todos daban testimonio a su favor», cuando aquí lo que es más propio es el sentido opuesto: «Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase tan sólo las palabras sobre la gracia.» La frase despectiva con que lo apostrofan a continuación lo confirma: «Pero ¿no es éste el hijo de José?» (4,22b), el hijo del Pantera, apodo de la familia de Jesús (según antiguos documentos rabínicos y cristianos).

Con esta manera de hablar, rehuyendo hacer suyos los ideales político-religiosos del pueblo, obligado a pagar enormes impuestos de guerra y sometido al vasallaje de las tropas de ocupación.

El rechazo de que es objeto en su «patria» presagia el rechazo de que será objeto en Israel. Lucas lo anticipa, como anticipa también la futura extensión del programa mesiánico de Jesús a todas las naciones paganas: «Os aseguro que a ningún profeta lo aceptan en su tierra» (4,24). Las dos analogías, la de la «viuda de Sarepta» y la de «Naamán el sirio», ambos extranjeros, que les echa en cara, dejan entrever que el alcance de la misión no se circunscribirá sólo a Israel.

El fanatismo religioso de sus compatriotas no se contenta con recriminarle su falta de compromiso político: «Mientras oían aquello, todos en la sinagoga se fueron llenando de cólera y, levantándose, lo expulsaron fuera de la ciudad y lo empujaron hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con la intención de despeñarlo» (4,28-29). De hecho, al final de su vida, lo sacarán «fuera» de la ciudad de Jerusalén y lo ejecutarán como si fuese un zelota más, crucificándolo en medio de dos malhechores, y, para más inri, en la inscripción de la cruz se lo reprocharon de nuevo, echándole en cara, esta vez, que se haya autoconstituido «rey de los judíos», Mesías de Israel. Sea como sea, conseguirán hacerlo callar de momento, porque su mensaje estorba a unos y a otros. Al fin, todos se pondrán de acuerdo contra él. Ya se veía venir... desde el principio.

Pero Jesús, abriéndose paso entre ellos, emprendió el camino» (4,30). Con todo, nunca podrán ahogar su clamor universalista: su persona y su mensaje continuarán influyendo en la historia, encarnándose en hombres y mujeres que, fieles a su compromiso, se alejarán de todo sistema de poder e irán creando pequeños oasis de solidaridad y de fraternidad.