Reflexiones Bíblicas
San Marcos 6,1-6Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
Evangelio:
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en
compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la
sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: "¿De dónde saca todo
eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?
¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas
y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?" Y esto les resultaba
escandaloso.
Jesús les decía: "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus
parientes y en su casa." No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos
enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los
pueblos de alrededor enseñando.
COMENTARIOS
En el curso de su ciclo misionero Jesús pasa por Nazaret, la ciudad de su
familia. El sábado habla en la sinagoga conforme a las reglas admitidas entonces
para el comentario de la lectura (Lc. 4,16-30), pero no cosecha más que
indiferencia y repulsa.
Marcos hace que su lector asista a una nueva manifestación de desconocimiento
del pueblo respecto de Jesús. Este habla "con autoridad" no sólo porque su
exposición es diferente de la dialéctica tradicional de los escribas, sino,
sobre todo, porque su discurso no es evidentemente admisible si antes no se
siente apego a su persona. No se presenta tan sólo como "rabino" frente a sus
discípulos, sino como hombre que previamente a toda enseñanza quiere que se
establezcan estrechas relaciones de confianza mutua. Jesús intensifica, pues, su
papel de rabino: no se somete decididamente a los cuadros tradicionales; sitúa
su enseñanza en un plano no habitual, buscando primero una apertura y una
confianza que constituyen la auténtica ejercitación de la "fe" (v.6).
La pobreza y sencillez de sus padres de Jesús resultan inaceptables a aquéllos
que esperaban un Mesías maravilloso (Jn. 7,2-5). La intención de Jesús es, por
el contrario, revelar la significación salvadora de esta pobreza: la felicidad
no se adquiere ya a fuerza de acontecimientos extraordinarios, signos del poder
divino, sino por medio de un Dios que asume toda la humanidad en su pobreza.
Descubrir que Dios está, precisamente, en lo modesto, sencillo y pobre: una
consigna vigente hoy como nunca frente a los antivalores de nuestra sociedad.