Reflexiones Bíblicas
San Mateo 5,43-48Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
Evangelio:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habéis
oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en
cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así
seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre
malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los
que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y
si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen
lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto."
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Nada nos inflama tanto en amor a los enemigos, en lo cual consiste la perfección
del amor fraterno, si no es considerar con gratitud la admirable paciencia del
«más bello de los hijos de los hombres» (Sl 44,3). Ofreció su bello rostro a los
impíos para que le cubrieran de salivazos. Dejó que le vendaran sus ojos, esos
que con una señal suya gobierna el universo. Expuso su espalda a los
latigazos... Sometió su cabeza, ante la cual deben temblar los príncipes y
poderosos, a los pinchos de las espinas. Él mismo se entregó a las afrentas e
injurias. Al fin, soportó pacientemente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel,
el vinagre, permaneciendo en medio de todo ello con total dulzura y serenidad.
«Como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y
no abría la boca» (Is 53,7).
Al escuchar esta admirable frase, llena de dulzura, de amor y de imperturbable
serenidad «Padre, perdónalos» (Lc 23,34), ¿hay algo que se pudiera añadir a la
dulzura y caridad de esta plegaria?
Y, sin embargo, el Señor añadió alguna cosa. No se contentó con pedir; quiso
también excusar: «Padre, dice, perdónalos, porque no saben lo que se hacen». Sin
duda son unos grandes pecadores, pero apenas tiene conciencia de ello; por eso,
«Padre, perdónalos». Crucifican, pero no saben a quién crucifican... Creen que
se trata de un infractor de la Ley, de un usurpador de la divinidad, de un
seductor del pueblo. Les he ocultado mi rostro. No han reconocido mi majestad.
Por eso: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que se hacen.»
Que el hombre, pues, para aprender a amar, que no se deje arrastrar por los
impulsos de la carne... Que ponga todo su afecto en la dulce paciencia de la
carne del Señor. Para encontrar un descanso más perfecto y más dichoso en las
delicias de la caridad fraterna, que abrace a sus enemigos en los brazos del
verdadero amor. Pero con el fin de que este fuego divino no disminuya por las
injurias, que fije siempre los ojos del espíritu sobre la serena paciencia de su
amado Señor y Salvador.
Aelredo de Rielvaux (1110-1167), monje cisterciense