Reflexiones Bíblicas
San Juan 12, 1-11

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

 

Evangelio: 

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él en la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando)
Entonces Jesús dijo: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis con vosotros, pero a mi no siempre me tenéis.
Una muchedumbre de Judíos se entero de que estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

COMENTARIOS

Jesús comparte una cena en Betania con una familia a la que le unía un gran afecto. Lázaro, al que Jesús había resucitado, corre peligro, porque por su causa ahora la gente cree más en Jesús. Este llegará a su muerte acompañado silenciosamente por la gente humilde que había sido testigo de su amor. Por eso los evangelios no dejan de ir recogiendo los testimonios de este amor simple del pueblo, que cuando quiere de verdad va más allá de todo prejuicio. Jesús, aun en vida, se siente ungido para la muerte, porque el amor desborda el tiempo y el espacio. Frente a la inexorable muerte que le reservan los enemigos de su proyecto, le quedaba la alegría de recoger los testimonios de amor simple y sencillo con los que el pueblo, representado esta vez por una mujer, se adhería silenciosamente a su proyecto. En los días santos que estamos celebrando es preciso poner en las manos y el corazón de Dios a tantas familias y personas necesitadas en nuestros pueblos y ciudades. Ellas, ayer y hoy, siguen siendo los elegidos de Dios para la construcción de su reino. Es tarea nuestra como cristianos establecer lazos de acogida, de solidaridad y de misericordia con quienes más lo necesitan.