Reflexiones Bíblicas
San Juan 18,1-19,42Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J
Evangelio:
Prendieron a Jesús y lo ataron
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Cada comunidad cristiana conservó un recuerdo particular
de Jesús. La comunidad del apóstol Juan mantuvo por más de medio siglo unas
palabras de Jesús en la cruz que no aparecen en ningún otro evangelio. Jesús
encomienda su madre al discípulo amado. Todas las demás realidades que lo
acompañaron durante su actividad misionera habían desaparecido: el grupo de
amigos, la comunidad de discípulos, al multitud que lo aclamó a la entrada
de Jerusalén... Incluso sus vestidos quedaron en manos de los soldados.
Pero, a pesar de haber sido despojado, Jesús todavía tiene algo que dar:
entrega a su propia madre para que sea acogida en la casa del discípulo
amado y, a la vez, entrega al discípulo amado como un hijo.
El discípulo amado es el símbolo de la comunidad
cristiana que continuó fiel a Jesús, a pesar del paso del tiempo y no
obstante las inclementes persecuciones de que fue objeto. La comunidad
cristiana acoge a María como una Madre como parte de la iniciativa de Jesús
que quiso dejar una herencia imperecedera y, a la vez, encomienda a los
cuidados de la Madre a la frágil y fiel comunidad. Esta mutua entrega es el
punto culminante de una actividad misionera que comenzó en Caná de Galilea
cuando María le indicó a su Hijo que el vino de la fiesta se había terminado
(Jn 2,1-12); luego Jesús mismo se convirtió en el vino nuevo y en el pan de
vida (Jn 6,35). De este modo, confluyen en la cruz diversas realidades que
permiten comprender la profundidad con la que algunos discípulos entendieron
y proclamaron la vida de Jesús.
La cruz, sin embargo, no debe entenderse únicamente como
el escenario de la muerte de Jesús. La crucifixión era la máxima pena que
imponía el imperio. La cruz era un castigo tan denigrante que no se podía
aplicar a quienes fueran ciudadanos romanos. Solamente eran crucificados los
enemigos del imperio, los presos políticos y los rebeldes capturados en
guerra. Jesús muere al estilo de los sediciosos y revoltosos. Tener algún
parentesco, familiaridad o amistad con un condenado a la cruz era causa de
rechazo social. El testimonio de Jesús les hizo comprender a los discípulos
que el camino de la cruz no era de oprobio y maldición, sino una manera
radical de optar por la justicia y la paz. La cruz obligó a los discípulos a
cambiar de mentalidad y a ponerse de lado de todos los que así morían. Ellos
proponían como salvador de la Humanidad a un hombre que murió proscrito por
la ley. Al fin y al cabo, ellos anunciaban al "Dios crucificado".
La presencia de María durante toda la vida de Jesús no es
accidental. María participó de la misma suerte de su hijo. El camino al
Calvario exigió de ella y de todo el grupo de mujeres que seguían al
Nazareno, la máxima resistencia ante el dolor y la humillación. La presencia
de María en el camino al calvario no es un hecho accidental. Es consecuencia
de un seguimiento valiente y decidido.
María no se contentó con ver cómo su hijo crecía y
alcanzaba la madurez. Ella se hizo partícipe de la actividad misionera de su
hijo. Aunque tuvo que pasar por duras dificultades debido a las acusaciones
de locura, glotonería y borrachera que los enemigos lanzaron contra Jesús
(Lc 3, 20-30). Además de la fuerte exigencia de Jesús que ponía el evangelio
por encima de los vínculos de parentesco (Lc 3, 31-35). Estas dificultades
no menguaron su ánimo. Por eso, la vemos ascender con Jesús al Calvario.
Luego, formando parte de la comunidad que recibe el Espíritu Santo en
Pentecostés.
De María de Nazaret no sólo debemos tener una figura
idealizada; debemos recuperar la imagen que de ella nos ofrece el evangelio.
El Nuevo Testamento nos muestra a María como una mujer
que crece en amor y fidelidad al reino de Dios. Su palabra no es un monólogo
sobre los asuntos domésticos. Por el contrario, su voz se alza como una
exigencia de justicia en medio de una situación en la que se ha perdido el
sentido del respeto a la vida. Por eso, ella en el Magníficat nos recuerda
que Dios está del lado de los humildes y débiles. Dios quiere que toda la
humanidad sea libre y crezca en solidaridad. Hoy, María nos invita a
comprometernos decididamente con la propuesta de Dios. Ella no dudó en dar
una respuesta generosa a la oferta de Dios.
Las realidades cotidianas nos exigen una actitud
diferente ante la realidad. No podemos dejarnos envolver únicamente por
problemas ínfimos olvidando la situación de nuestra comunidad barrial. Al
igual que María debemos estar atentos a la voz que Dios nos dirige en las
situaciones que exigen nuestra solidaridad. Nuestra devoción mariana debe
crecer en la práctica de la justicia.