En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me
ha amado, asíoshe amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra
alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros
como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por
sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os
llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os
llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os
he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que
lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.. Esto os mando: que os améis
unos a otros."
COMENTARIOS
El centro de este pasaje es, sin lugar a dudas, el amor. Jesús declara que
el amor que recibe del Padre es el mismo amor que Él comunica a sus
discípulos. Permanecer unido a Jesús como las ramas al tronco es permanecer
en su amor. Cumplir sus mandamientos es hacer vida su Palabra. Jesús es la
Palabra viva del Padre. Su estrecha vinculación con el Padre tiene que ver
necesariamente con la Palabra anunciada y testimoniada por Él mismo. Ahora
bien, el amor entre el Padre, Jesús y los discípulos se debe traducir
también en el amor entre ellos. En esto radica la verdadera felicidad: en
ser capaz de amar intensamente, hasta la entrega radical. El amor verdadero
consiste en estar dispuesto a entregar la vida por los que se ama. Jesús lo
ha enseñado con su propio testimonio: el dio la vida no sólo por sus
discípulos, sino por toda la humanidad. En su entrega tan asombrosamente
generosa encuentra la humanidad un camino y una oferta de salvación.