Reflexiones Bíblicas

San Mateo 10,34-11,1

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

 

Evangelio: 

 

San Mateo 10,34-11,1

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: "No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro."

Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

COMENTARIOS

Jesús disipa un malentendido (cf. 5,17). La paz que Él trae (cf. 5,9) se basa sobre la opción contra la riqueza, el prestigio y el poder (5,3) y establece la justicia entre los hombres (5,6). Es una paz por la que hay que trabajar (5,9), pero cuya propuesta suscita una tremenda oposición (5,10.11). El efecto de su misión se indica con el texto de Miq 7,6. El profeta describe la corrupción de la sociedad (Miq 7,1-7): las insidias, el soborno, la ambición de los poderosos. Estas son las razones de la división que produce el mensaje. Este no se propone en un mundo que lo desee, sino en una sociedad que niega la paz en todas sus acciones (16: «lobos»).

En este ambiente de división, la primera lealtad ha de ser para Jesús; no puede uno renunciar a ella por fidelidad a vínculos familiares. Lo mismo pasa respecto a la sociedad: quien desafía sus principios será considerado como un criminal digno de muerte. Hay que aceptar también esa eventualidad.

Enuncia Jesús el principio general con una paradoja basada en la oposición encontrar perder. Hallar, encontrar = apropiarse, hacer suya. «Encontrar» significa reservarse, tener para sí. El discípulo no debe tener un apego a su persona que lo lleve a reservarse su vida, debe saber darla. El que se desentiende de la necesidad del mundo y busca su comodidad o seguridad, ése se pierde. El que se arriesga, ése se encuentra. Son nuevas formulaciones de la salvación (22.32) y del peligro de perderse por el miedo (26.28.33).

La fidelidad de los discípulos los hace ser portadores, para el que los acoge, de la presencia de Jesús y del Padre (40). La bendición que obtiene el que los acoge está en proporción con la clase de acogida que les haga. Acoger significa compartir lo que se tiene con la persona a quien se acoge; es la generosidad la que da valor a la persona (6,22s). Jesús se remite al AT; el dicho «quien recibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta» se refiere a los ejemplos de Elías y Eliseo narrados en 1 Re 17,9-24 y 2 Re 4,8-37. «La recompensa de profeta» consiste en el beneficio que se puede recibir de un profeta; paralelamente, «la recompensa de justo». En cambio, la que se recibe por acoger a un discípulo no es una «recompensa de discípulo», sino la expresada al principio, la presencia de Jesús y del Padre con la persona que acoge.

La última afirmación de Jesús presenta una aparente incongruencia por el paso de la tercera persona a la segunda, que debería estar incluida en ella: «Quien da de beber a uno de estos pequeños... en calidad de discípulo.. os lo aseguro.» Lo normal sería que dijese «a uno de vosotros, que sois pequeños», pues ellos son los doce discípulos de Jesús (10,1; 11,1). Con esto indica Mt que los discípulos no son realmente doce ni se limitan a los que vivían de hecho con Jesús, sino que esa categoría es más numerosa y que Jesús habla de toda época. Los doce mencionados por sus nombres representan a la entera comunidad de Jesús, pero no la agotan. Lo característico del discípulo es ser «un pequeño», uno que no pretende la grandeza mundana según el contenido de la primera bienaventuranza (5,3).

Dar un vaso de agua fresca, en el clima caliente y seco de Palestina, era una muestra de verdadera hospitalidad.

Cierra Mt el discurso de Jesús con un epílogo semejante al que cerraba el discurso en el monte (7,28). Vuelve a mencionar a «los doce discípulos», con lo que clausura la sección comenzada en 10,1. La misión de los Doce no impide que Jesús continúe su actividad (enseñanza y proclamación).