Reflexiones Bíblicas

San Juan: 11,19-27

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

 

Evangelio: 

 

San Juan 11,19-27

En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá." Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará." Marta respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día." Jesús le dice: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo."

COMENTARIOS

    Marta sabe dos cosas, ambas por debajo del nivel de fe propio del dis­cípulo. En primer lugar, ve en Jesús un mediador infalible ante Dios (sé que todo lo que le pidas a Dios, etc.). No comprende que Jesús y el Padre son uno (10,30) y que las obras de Jesús son las del Pa­dre (10,32.37). Espera una intervención milagrosa de Jesús, como la del profeta Eliseo, que había resucitado a un muerto (2Re 4,18-37).
    Jesús responde a Marta restituyéndole la esperanza: la muerte de su hermano no es definitiva. Contra lo que ella habría deseado, no le dice "yo resucitaré a tu hermano", sino simplemente tu hermano resucitará.  No atribuye la resurrección a una nueva acción suya personal, pues la resurrección no es más que la persistencia de la vida definitiva comunicada con el Es­píritu.
    Marta interpreta las palabras de Jesús según la creencia farisea y popular. Éste es, sin duda, el consuelo que le han ofrecido los que han ido a visitarla. Es la segunda cosa que sabe Marta (ya sé), pero tampoco en ella llega a la calidad de fe propia de un discípulo. Sus palabras delatan una decepción; ha oído lo mismo muchas veces. Esperaba que Jesús pidiera a Dios que resucitara a su hermano, pero ve que no va a hacerlo y cree que la consuela con la frase que dicen todos. Para ella, como para los judíos, el último día está lejos. No comprende la novedad de Jesús.
    Jesús no viene a prolongar la vida física que el hombre posee, suprimiendo o retrasando indefinidamente la muerte; no es un médico ni un taumaturgo; viene a comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone (5,26). Esa vida es su mismo Espíritu, la presencia suya y del Padre en el que lo acepta y se atiene a su mensaje; y esa vida despoja a la muerte de su carácter de extinción.
    En la frase de Jesús (yo soy la resurrección y la vida) el primer término depende del segundo: él es la resurrección por ser la vida (14,6). La vida que él comunica, al encontrarse con la muerte, la supera; a esto se llama resurrección. El evangelista usa un lenguaje de su época, dándole un sentido distinto.
    Marta se había imaginado una resurrección lejana. Jesús, en cambio, se identifica Él mismo con la resurrección, que ya no está relegada a un futuro, por­que Él, que es la vida, está presente.
    Para que la realidad de vida invencible que es Jesús llegue al hombre, se requiere la adhesión a Él, que incluye la aceptación de su vida y muerte como norma de la propia vida (6,53s). A esta adhesión responde Él con el don del Espíritu, nuevo nacimiento a una vida nueva y perenne (3,3s; cf. 5,24), que la muerte no interrumpe; esa vida continúa por sí misma.
    Inmediatamente después ex­pone Jesús el principio (todo el que) que funda la afirmación anterior: para el que le da su adhesión, la muerte física no tiene realidad de muerte. Esta segunda formulación precisa y, de algún modo, corrige la primera:  la muerte, de hecho, no existe. Ésta es la fe que Jesús espera de Marta (¿Crees esto?). No bastan para ser discípulo las antiguas creencias judías.
    Marta responde con la perfecta profesión de fe cristiana (20,31); para ella, Jesús no es ya el Profeta (6,14), sino el Mesías, el Ungido, el Consagrado por Dios con el Espíritu, el Hijo de Dios, la presencia del Padre entre los hombres.