Reflexiones Bíblicas

San Lucas 7,31-35

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

 

Evangelio:  

San Lucas 7,31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor: "¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: ‘Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.’ Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores.’ Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón."

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La conducta de los dirigentes que tratan de desembarazarse de toda persona que les pueda hacer sombra da pie a una lamentación de Jesús, introducida en forma de parábola  contra «esta generación», la misma que en el desierto fue infiel a Dios. Jesús tilda a los dirigentes de Israel de no hacer caso a ningún enviado de Dios, tanto si se presenta como un asceta -la credencial más preciada por hombres como ellos, que creen ser los máximos observantes de la Ley- como si se comporta como un hombre normal, al cual acusan precisamente de falta de ascesis.

Los poderosos han de desacreditar como sea a quien pueda poner en peligro su posición de privilegio: si proviene de la derecha, se le difama con el peor epíteto con que se puede tildar a un hombre profundamente religioso; si viene de la izquierda, se le crea una mala reputación. Interesante para nosotros es el hecho de que no les pase siquiera por la cabeza apostrofar a Jesús de asceta, sino, todo lo contrario, de «borracho / comilón», de «amigo de recaudadores / descreídos», hoy diríamos de gitanos, inmigrantes, sudacas o drogadictos, asociales / ateos, agnósticos, marxistas, gente despreciada por la sociedad civil o religiosa. Siempre se acierta con un apelativo apropiado cuando se trata de desprestigiar a una persona.

A disgusto de los fariseos y juristas, el pueblo de Israel ha dado la razón a Dios, aceptando su designio y cambiando radicalmente de conducta. El plan de Dios, se ha encarnado ahora en Jesús: todos los que se le han adherido le dan la razón con su compromiso personal, compartiendo con Él las mismas «amistades». La viabilidad del plan de Dios no pasa por operaciones y cálculos complicadísimos de supercomputadoras celestiales ni se puede demostrar con los argumentos más sofisticados de la apologética: son los «discípulos de la Sabiduría» los que con hechos de vida demuestran que la sociedad alternativa propugnada por Jesús no es pura utopía.