Reflexiones Bíblicas

Domingo III de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Éxodo 20,1-17: ICorintios 2,13-25: Juan 2,13-25: 

ÉXODO. Este pasaje forma parte de la revelación del decálogo a Moisés. Los diez mandamientos que aquí figuran se han convertido, en la tradición judeo-cristiana, en el pilar básico de la moral, en el núcleo de la ley de Dios; si bien en el cristianismo ha quedado superado por el "mandamiento nuevo", en cuyo centro descubrimos la exigencia de amar como Jesús nos ha amado. De querer y tratar a los demás como Dios nos quiere y nos trata a nosotros.

Por desgracia, una educación excesivamente centrada en las normas de este decálogo ha reducido el concepto de pecado a una idea de cumplimiento, o mejor, de violación de estos preceptos. Como si todo se redujera a no saltarse las barreras que los diez mandatos divinos imponen.

La razón que se aduce en nuestro texto para ser fieles al Dios de Israel es que sólo él liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto; ningún otro dios lo hizo ni le ayudó. Y por tanto, el pueblo le debe fidelidad: no debe tener otros dioses frente a él. La infidelidad de la idolatría era el pecado más grave que un israelita podía cometer.

El descanso sabático es también un precepto importante. Como criatura que es, el hombre debe hacer una parada en el constante transcurrir de su vida para volver su mirada al Creador. Y para ello establece un ritmo. En este caso semanal, en paralelismo con el ritmo creacional, según su cultura. 

EVANGELIO. Con el gesto de expulsar a los mercaderes, Jesús se opone a una manera de entender la relación del hombre con Dios:

- Lucha contra la tentación innata del creyente de comerciar con Dios.

- Rompe con la configuración "arquitectónica" y piramidal del culto. El templo separa y filtra el acceso de las diversas categorías de creyentes. Así se convierte en fundamento de privilegios y garantía de perpetuación de derechos adquiridos en los responsables del culto.

- Se opone también a una religiosidad del cumplimiento. El hombre no es el protagonista cumplidor, capaz de ser bueno y de apuntarse un tanto frente a Dios; no es el cumplimiento el que salva.

Puede desaparecer el templo de piedra, pero Dios seguirá presente en medio de su pueblo. Jesús inaugura una manera de relacionarse con Dios. Él es la referencia única, la palabra viva que expresa todo el mensaje de Dios. 

Pero cada persona también es templo. Dios siempre está en el otro, y se manifiesta sobre todo en el rostro del débil y del que sufre por la injusticia.

En "el nuevo templo" no hay diferencias, filtros y categorías, sino carismas complementarios que buscan la comunión y la diversidad de funciones, y que se ponen a disposición de los demás para constituir un cuerpo, expresión del amor de Dios.