Reflexiones Bíblicas

Domingo V de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Jeremías 31,31-34 Hebreos 5,7-10 Juan 12,20-33 

JEREMÍAS. Jeremías es un profeta muy preocupado por la fidelidad a la alianza con Dios. Y leemos en Jeremías duras condenas y anuncios de graves castigos contra un pueblo terco de corazón, obcecado con el pecado. Sufrió el profeta al ver que, sin remedio, la invasión de Babilonia aplastaba sin piedad a la población de Jerusalén.

La ignorancia y el desconocimiento obcecado de su pueblo estaban en el origen de su pecado; por eso, esta nueva alianza no estará grabada, como la primera, en tablas de piedra, sino en los corazones. Es decir, en el lugar recóndito e íntimo de cada persona de donde brotan todos sus pensamientos. Dios cambiará la mente de los israelitas y pondrá en ella el conocimiento de su nuevo pacto. Por eso, no será necesario "enseñar uno a su prójimo", pues todos la conocerán; todos reconocerán al Señor. Y esto sucederá "cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados". La nueva alianza es fruto de la iniciativa de Dios, que, sin merecimiento alguno del pueblo, perdona sus pecados y llena de gracia su corazón. 

EVANGELIO. "Ha llegado la hora". La hora manifiesta la presencia decisiva y determinante de Dios en la historia. Nada escapa a la presencia de Dios.

"El que ama su vida, la pierde; y el que odia la vida en este mundo (sistema) la guardará para la vida eterna." El autor nos lleva a profundizar en el sentido de nuestra propia vida, que debe tener como paradigma la vida de Jesús. Por eso perder la vida, o entregarla diariamente, significa sembrarla, como el grano de trigo, para que fructifique en las manos de Dios, en nueva Vida, en Vida plena.

El eco de Getsemaní (de Jesús pidiendo al Padre que, si es posible, aparte de él ese cáliz, pero que ante todo se haga la voluntad del Padre) se ve reflejado en estos textos: "¡Ahora mi alma está turbada!".: "Y ¿qué voy a decir?, ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!".

Jesús, en el momento máximo de su turbación y angustia, a partir de esa experiencia profundamente humana de limitación y de contingencia exclama: "Padre, glorifica tu Nombre". El nombre es sinónimo de la persona. Dios se revela y se hace intensamente presente en el momento de mayor angustia de Jesús. "Vino entonces una voz del cielo". Esa voz confirma que el sentido de la pasión y muerte de Jesús no es la decepción irremediable del fracaso, sino que ella lleva en su seno la plena glorificación de Jesús: "Le he glorificado y de nuevo le glorificaré".