Reflexiones Bíblicas

Domingo VI de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Hch.10,25-26.34-35.44-48 1ªJn.4,7-19 Jn.15,9-17

 

1ª JUAN. Dios es amor por naturaleza, Él es la fuente y origen de todo amor. En el amor que los creyentes profesan se manifiesta su carácter divino; su nacimiento de Dios.

El cristiano se puede definir como un ser que ama. Todo el que ama, y en la medida que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios; es decir está unido a Dios. Por eso se puede afirmar que el que no ama no conoce a Dios, no está unido a Él, no posee la forma de ser de Dios.

El amor de Dios es algo que se ha manifestado y se puede experimentar en el envío del Hijo. En Cristo se desvela el verdadero ser de Dios, como un Dios que ama. Cristo es el Hijo único, el amado, en el que somos amados todos. En Él, todos encontramos la vida divina que nos permite a nosotros vivir la verdadera vida.

Los hombres estaban necesitados del amor misericordioso de Dios. Por sí solos eran incapaces de alcanzar el amor que da la vida. Jesús ha colmado de amor y misericordia el abismo que el pecado había producido entre Dios y sus hijos, entre Dios y el mundo, entre los hombres entre sí.

El cristianismo aparece así como la religión que hace resplandecer el amor en medio del mundo. Los hombres sólo conocen lo que es el verdadero amor desde que el Hijo de Dios ha sido enviado al mundo. Los hombres sólo han experimentado el verdadero amor, el divino, en Cristo.

EVANGELIO. El círculo del amor acaba en alegría. Si no hay amor no hay vida, no hay comunicación, no hay experiencia del Padre. Podemos hablar de Dios, pero no experimentarlo como fuente de plenitud y de alegría verdadera.

La alegría de Jesús es la de quien vive en confianza ilimitada con el Padre, la de quien sabe acoger la vida con agradecimiento, la de quien ha descubierto que la vida es gracia; no consiste en disfrutar egoístamente de la vida; es la alegría de quien da vida, ayuda a crecer, crea condiciones para que se desarrolle una vida más humana.

La alegría de Jesús puede ser nuestra. Nuestra alegría es frágil y está siempre amenazada. Algo se conmueve en nosotros al escuchar: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud".

Si algo desea Jesús con ardor para los suyos, en los tiempos en que no permanezca con ellos con su presencia física, es que su alegría llegue a plenitud, porque se realizan en el amor. Nada puede hacer más feliz al discípulo, por lo tanto, que saberse sostenido por el amor del Padre y del Hijo con la fuerza del Espíritu y corresponder a ese amor entregándose a los semejantes con la fuerza de los hechos.

Nada confiere mayor sentido a su vida, que volverse a los demás y amarlos hasta el final, como hizo su Señor.