Reflexiones Bíblicas

Santísima Trinidad, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Deuteronomio 4,32-34.39-40: Romanos 8,14-17: Mateo 28,16-20:

ROMANOS. Dios es vida de comunidad y de relación. La expresión "Dios es amor" ya está poniendo de relieve esta dimensión de relacionalidad: el que ama (el Padre), el que es amado (el Hijo) y el amor con que se aman y que les une (el Espíritu Santo). Este es nuestro Dios: abierto, comunicativo, revelador.

Y nosotros somos la familia de Dios. La encarnación del Hijo tiene como finalidad incorporarnos a la familia de Dios: hijos en el Hijo.

De hecho, la esencia de la vocación cristiana se expresa y cristaliza en estas dos realidades: filiación y fraternidad. Filiación como relación con Dios, porque para un cristiano el nombre de Dios es "Padre"; y fraternidad en nuestra dimensión hacia los hermanos. La lectura de hoy (Rom. 8-14-17) es todo un compendio teológico-pastoral de esta realidad cristiana: "los que se dejan llevar por el Espíritu, esos son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar Abbá! (Padre)". La certeza filosófica debe ser sustituida por la seguridad vivencial de que somos familia de Dios, renacidos, por el espíritu de Jesús, a la condición de hijos. Somos hijos de Dios.

EVANGELIO. Jesús envía a sus apóstoles para que hagan discípulos de entre todas las naciones y los consagren a este Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. El "yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" no es un mero rito purificador, es la incorporación a la familia de los hijos de Dios. Equivale a decir "yo te consagro a la Santa Trinidad", "yo te doy la bienvenida a tu nueva familia".

Ya no será indiferente pertenecer a esta familia: tu vida de hijo habrá de adquirir y desarrollar las exigencias de esta nueva condición transformadora. En primer lugar, habrá que revitalizar unas actitudes más arraigadas de amor y de confianza con la familia de Dios: ya nunca más estarás solo en la noche o en la niebla de tu vida, sino que serás llevado de la mano "como el padre lleva al hijo". Somos hijos y hermanos y ya para siempre se habrán acabado la orfandad y el desamparo. Pero estas nuevas relaciones llevan aparejadas nuevas exigencias: A estos nuevos discípulos no les enseñarán una doctrina, sino «todo lo que él les mandó». Y lo que él les mandó fue poner en práctica los «mandamientos mínimos», esto es, la bienaventuranzas, que han tomado el puesto de los antiguos mandamientos de Moisés. Con la práctica de las bienaventuranzas, nacerá una sociedad alternativa, austera, solidaria, cargada de amor y apertura, libre de autoritatismo y respetuosa con las diferencias. En esa sociedad estará por siempre presente Jesús que ahora cumple la función de Enmanuel (Dios con nosotros): "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."