Reflexiones Bíblicas

Domingo de Ramos

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J 

 

 

INTRODUCCIÓN A LAS LECTURAS 

Isaías 50, 4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo responsorial: 21

R/Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere." R. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R. Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel. R.

Filipenses 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Mateo 26, 14-27, 66

COMENTARIOS

Hoy se nos invita a contemplar el estilo de la realeza de Cristo salvador. Él es Rey, pero su reino es el «Reino de la verdad y la vida, el Reino de la santidad y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz». Los hombres, con nuestra mentalidad mundana, no estamos acostumbrados a eso.

Un Rey bueno, manso, que mira al bien de las almas: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36). Él deja hacer. Con tono despectivo y de burla, le pregunta: «‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Jesús respondió: ‘Tú lo dices’» (Mt 27,11). Más burla todavía: Jesús es parangonado con Barrabás, y la ciudadanía ha de escoger la liberación de uno de los dos: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?» (Mt 27,17). Y… ¡prefieren a Barrabás! (cf. Mt 27,21). Y… Jesús calla y se ofrece en holocausto por nosotros, que le juzgamos.

Cuando poco antes había llegado a Jerusalén, con entusiasmo y sencillez, «la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de Él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!’» (Mt 21,8-9). Pero, ahora, esos mismos gritan: «‘Que lo crucifiquen’. Pilato insistió: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho?’. Pero ellos gritaban más fuerte: ‘¡Que lo crucifiquen!’» (Mt 27, 22-23). «‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’ Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’» (Jn 19,15).

Este Rey no se impone, se ofrece. Su realeza está impregnada de espíritu de servicio. «No viene para conquistar gloria, con pompa y fastuosidad: no discute ni alza la voz, no se hace sentir por las calles, sino que es manso y humilde (…). No echemos delante de Él ni ramas de olivo, ni tapices o vestidos; derramémonos nosotros mismos al máximo posible» (San Andrés de Creta, obispo).