Reflexiones Bíblicas

Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

2 Reyes 4, 42-44 Efesios 4, 1-6 Juan 6, 1-15

EFESIOS. El comportamiento cristiano no es mera obligación impuesta desde fuera, o adecuación a normas o exigencias meramente externas, sino que nace del acontecimiento de salvación en que ha sido insertado el cristiano por el bautismo.

La vocación cristiana impulsa y exige que se haga todo lo posible por mantener la unidad de espíritus.

Para esa unidad, san Pablo enumera el cuerpo uno de la Iglesia y el Espíritu uno que la anima; la esperanza única, que es parte esencial de la vocación y de la común identidad cristianas; el único Señor y la única fe que lo confiesa; el solo bautismo en que se sella dicha fe; y, por fin, el Dios uno, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro; es decir, Padre de todos los creyentes. Él es el garante último de la unidad, fundamento y razón última de todas las cosas, que lo unifica todo más allá de su evidente y necesaria diversidad.

Y para esta unidad, la humildad, que es propia de quien se sabe pequeño y pobre ante el Señor y considera a los demás superiores a sí mismo y que, acompañada de la amabilidad, se concreta en un trato dulce y suave, alejado de cualquier forma de aspereza o reacciones airadas. La comprensión, que es virtud del sabio y, como fruto del Espíritu, significa capacidad para aceptar lo diferente y, en definitiva, el hecho mismo de la alteridad.

JUAN. Mucha gente acudía a escuchar a Jesús. A veces venían de lejos, y era lógico que vinieran preparados para pasar unos días. Venían atraídos por la fama de los milagros y señales que realizaba. Jesús aprovecha el momento para dar una lección a sus oyentes.

Jesús enseña que la dinámica de su mensaje es el arte de compartir. Quizá todo el dinero del mundo no fuese suficiente para comprar el alimento necesario para los que pasan hambre. El problema no se soluciona comprando, el problema se soluciona compartiendo.

Creemos que sin dinero nada se puede hacer y tratamos de convertirlo todo en papel moneda, no sólo los recursos naturales sino también los recursos humanos y los valores: el amor, la amistad, el servicio, la justicia, la fraternidad, la fe, etc. Se nos ha olvidado que la vida acontece por pura gratuidad, por puro don de Dios.

Jesús en esta multiplicación de los panes y de los peces parte de lo que la gente tiene en el momento. El milagro no es tanto la multiplicación del alimento, sino lo que ocurre en el interior de sus oyentes: se sintieron interpelados por la palabra de Jesús y, dejando a un lado el egoísmo, cada cual colocó lo poco que aún le quedaba, y se maravillaron después de que vieron que al alimento se multiplicó y sobró.

El gesto de compartir marca profundamente la vida de la primeras comunidades que siguieron a Jesús. Compartir el pan se convierte en un gesto que prolonga y mantiene la vida, un gesto de pascua y de resurrección. Al partir el pan, se descubre la presencia nueva del resucitado.

Si somos hijos de un mismo Padre como reconoce Pablo en la lectura que hemos hecho, no se entiende por qué tantos hombres y mujeres viven en extrema pobreza mientras unos cuantos viven en abundancia y no saben qué hacer con lo que tienen.