Reflexiones Bíblicas

XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

Sabiduría 12,13.16-19

Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.

Salmo responsorial: 85

R/Tú, Señor, eres bueno y clemente.

Tú, Señor, eres bueno y clemente, / rico en misericordia con los que te invocan. / Señor, escucha mi oración, / atiende a la voz de mi súplica. R.

Todos los pueblos vendrán / a postrarse en tu presencia, Señor; / bendecirán tu nombre: / "Grande eres tú, y haces maravillas; / tú eres el único Dios." R.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, / lento a la cólera, rico en piedad y leal, / mírame, ten compasión de mí. R.

Romanos 8,26-27

Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Mateo 13,24-43

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: "El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'""

[Les propuso esta otra parábola: "El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas."

Les dijo otra parábola: "El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente."

Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo." Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: "Acláranos la parábola de la cizaña en el campo." Él les contestó: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga."]

COMENTARIOS

ROMANOS. La necesidad de la oración no reside tanto en nuestras fragilidades corporales, psicológicas o morales, cuanto en la "debilidad" de nuestra vida interior agitada por vientos de espíritus contrapuestos.

Dios tiene un plan de salvación, un destino para la creación. El creyente no conoce los planes de Dios, por eso no sabe cómo situarse ante el Padre en la oración. Dejado a sus propias fuerzas no sabe orar, no sabe qué pedir ni cómo pedirlo. Su oración fácilmente se convierte en expresión de sus carencias o deseos, miedos y esperanzas, pero no de los deseos y esperanzas del Padre. Por eso el mismo Espíritu Santo nos acompaña en la oración, poniendo nuestra vida bajo la luz adecuada, alzando nuestra mirada hacia horizontes más amplios, suscitando en nosotros deseos y mociones a las que Dios Padre pueda atender.

Orar es dejar que el Espíritu haga resonar en nosotros el grito del mundo oprimido por el mal, al tiempo que aviva la esperanza en la victoria de Dios.

EVANGELIO. La vida está llena de pequeñeces. Lo de cada día es insignificante, intrascendente, difícilmente fotografiable y publicable. Se confunde con la monotonía, lo gris, lo improductivo, lo despreciable. No es noticia.

La noticia se reserva a los hechos extraordinarios, a todo lo que está fuera de lo ordinario y, en cierto modo, desordena, desencajando la vida. La atención de los medios de comunicación en sus primeras páginas está centrada fundamentalmente en los grandes acontecimientos, los logros o quiebras de la vida e historia de individuos o grupos. Cuando prestan atención a lo cotidiano, lo hacen dándole carácter de extraordinariedad ineludible.

A pesar de todo eso, habría que llegar a descubrir la grandeza de lo cotidiano; debería haber cada semana un telediario para amas de casa o padres de familia, para estudiantes o trabajadores, para ciudadanos sin relevancia, a los que se les propusiera en la pantalla la utopía de descubrir y aceptar la grandeza de su vida oculta, la transcendencia de su intrascendencia, la riqueza de su pobreza o de su austeridad. Tal vez habría menos frustraciones y decrecería el numero de neuróticos.

Porque si examinamos en profundidad nuestro ser de humanos, debemos reconocer, paradójicamente, que casi todas las cosas grandes, que nos hacen vivir y soñar, son pequeñas. Un apretón de manos, una sonrisa, la amistad, el amor o el encuentro con los otros son la plataforma del más grande de los sueños: la felicidad, aspiración común que se consigue a base de cosas pequeñas, aparentemente intrascendentes. Sólo quien está atento a esas insignificancias, puede comenzar una andadura de dioses. El camino de la grandeza humana pasa inexorablemente por la experiencia profunda de lo cotidiano.

Lo verdaderamente grande no es lo espectacular -confundimos grandeza con espectáculo- como si la vida fuera ejercicio circense. Lo más grande es la vida misma, con su mosaico de minucias, vivida minuto a minuto, con intensidad y en profundidad. Con esta dimensión y desde esta óptica, las cosas pequeñas se llenan de valor, se autotrascienden, se magnifican...

Jesús amaba lo cotidiano y lo pequeño: las flores, los pájaros, la amistad, la comida, los niños, los pequeños e insignificantes de este mundo. El creía en la fecundidad de lo pequeño. Y cuando quiso hablarnos de Dios y de su Reino decía: "El reino de los cielos -lo más grande- se parece a un grano de mostaza -semilla pequeña e insignificante- que un hombre sembró en su campo". Esa ínfima semilla, con el tiempo, llega a ser un arbusto que alcanza hasta cuatro metros de altura, ofreciendo cobijo a las aves del cielo. "El reino de los cielos -añadía- se parece a un puñado de levadura" que se pierde en la masa y hace que el pan resulte esponjoso y comestible.

El reino de los cielos es algo insignificante en sus inicios, pero fecundo. Con nuestra manía de grandeza, la palabra "reino" nos sugiere coronas, espadas, dominio, poderío, riqueza y honores; "los cielos" son lo inalcanzable, lo inasible, la terminal, pero nunca el comienzo o trayecto de la vida. Hemos hecho del Reino de los cielos algo difícilmente descubrible o encontrable. O está más allá y no lo alcanzamos, o si está más acá, no lo vemos. Y Jesús diría: ni más acá ni más allá; el Reino de los cielos está dentro de vosotros y comienza cuando se vive la vida en profundidad, hacia adentro, desde abajo y con los de abajo, vuelto a los demás. Empieza aquí abajo con lo intrascendente, con una sonrisa, un apretón de manos, un encuentro, la amistad, la solidaridad o el amor, con la vida misma y su monotonía cotidiana. Dejémosnos de grandezas...

(Este comentario al evangelio, es copia del ofrecido por Fundación Épsilon)