Reflexiones Bíblicas

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J   

 

Isaías 45,1.4-6

Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: "Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro."

Salmo responsorial: 95

R/Aclamad la gloria y el poder del Señor.

Cantad al Señor un cántico nuevo, / cantad al Señor, toda la tierra. / Contad a los pueblos su gloria, / sus maravillas a todas las naciones. R.

Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, / más temible que todos los dioses. / Pues los dioses de los gentiles son apariencia, / mientras que el Señor ha hecho el cielo. R.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor, / aclamad la gloria y el poder del Señor, / aclamad la gloria del nombre del Señor, / entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. R.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, / tiemble en su presencia la tierra toda; / decid a los pueblos: "El Señor es rey, / él gobierna a los pueblos rectamente." R.

1Tesalonicenses 1,1-5b

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordemos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados en Dios, que él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.

Mateo 22,15-21

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?" Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: "Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto." Le presentaron un denario. Él les preguntó: "¿De quién son esta cara y esta inscripción?" Le respondieron: "Del César." Entonces les replicó: "Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios."

COMENTARIOS 

ISAÍAS. Hoy nos resulta extraño comprender la historia como un teatro en el que el director de escena, en este caso el Dios de Israel, mueve a su antojo (según un guión preestablecido) a los personajes. Pero para la época del profeta esta visión de la historia era normal. Su mirada profética quizá no sea certera en descubrir cómo actúa Dios en la historia, pero sí lo es -al menos esa es su pretensión como heraldo divino- al manifestar que nada de cuanto sucede es ajeno a los planes de Dios. El Señor de Israel actúa en la historia, de un modo misterioso sí, pero eficaz, para conducirla hacia un horizonte de salvación, incluso para aquellos a los que las circunstancias se lo están negando.

EVANGELIO. Jesús capta la trampa que le están tendiendo, enfrentándolo con un auténtico dilema: tanto la contestación positiva como la negativa le iban a traer problemas.

Jesús sabía perfectamente que sólo Dios es Señor y que a Él le pertenece el poder y el reino. Pero por eso no luchó contra los romanos, usando la violencia y causando un doble sufrimiento a los pobres y débiles. Supo distinguir el plano político y el religioso con verdadera maestría, acuñando una singular sentencia, cargada de sabiduría, que han repetido todas las generaciones cristianas. Aunque todo pertenece a Dios, no por eso rechazó los tributos imperiales. Su manera de entender el reinado divino se orienta por otros caminos, que ya hemos ido viendo. Jesús coloca a sus adversarios en el lugar que merecen, de modo que no pueden ni quieren continuar el diálogo. No se viola el derecho del César, pero se reconoce, ante todo y sobre todo, el honor debido a Dios. Se hace valer su derecho en la medida que el auténtico hombre religioso sólo debe amar al Altísimo con todo su corazón, con toda su alma y con todo su ser.